Page 13 - (Desolación)
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No saciada con la pasión terrena, sube constantemente hacia Dios, le interroga, imagina
                  la región misteriosa donde habitará el amado... «¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los
                  suicidas? ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas- las lunas de los ojos albas y
                  engrandecidas- hacia un ancla invisible las manos orientadas? ¿O tú llegas después que los
                  hombres se han ido- y les bajas el párpado sobre el ojo cegado- acomodas las vísceras sin
                  dolor y sin ruido- y entrecruzas las manos sobre el pecho callado? Y otra cosa, Señor: -
                  cuando se fuga el alma- por la mojada puerta de las hondas heridas -¿entra en tu seno
                  hendiendo el aire quieto en calma o se oye un crepitar de alas enloquecidas? Angosto cerco
                  lívido se aprieta en torno suyo? ¿El éter es un campo de monstruos florecido? ¿En el pavor
                  no aciertan ni con el nombre tuya? ¿O lo gritan y sigue tu corazón dormido?»

                       Las almas tímidas, los corazones fríos, pondrán gesto de extrañeza ante arrebato
                  semejante, dirán que rompe la armonía del estilo y la llamarán al orden, a la mesura, a la
                  dignidad conveniente; querrán cubrir con tan velo suave las desnudeces ciclópeas de esos
                  mármoles de Rodin o Miguel Ángel que han encontrado el don de la palabra; pero el que
                  alguna vez haya sentido en el corazón la tempestad, el que haya amado, sufrido y soñado, el
                  que haya entrevisto siquiera la impotencia de la voz humana para decir ese nudo que echan
                  a la garganta el amor, el dolor y la muerte, experimentará con las estrofas de Gabriela
                  Mistral la sensación de alivio del que estaba ahogándose y sale al aire respirable, del que
                  iba solo y [24] encuentra una compañía en el desierto, del cine antes de morir ha divisado
                  un rayo de la eternidad.

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                       Dijo un español que nuestra raya no tenía poetas, que en la República de Chile sólo
                  nacían historiadores. Y nosotros le creímos. Acaso era cierto. Como los ríos que bajan de la
                  montaña recogiendo a su paso todos los arroyos de los campos, el genio de nuestra especie
                  no ha querido pegar al Océano, sino cuando hubo acumularlo caudal de aguas bastantes
                  para abrir ancho y profundo surco en medio de las más altas olas del mar.







                                      AL SEÑOR DON PEDRO AGUIRRE CERDA Y

                                     A LA SEÑORA JUANA AGUIRRE DE AGUIRRE


                                    A QUIENES DEBO LA HORA DE PAZ QUE VIVO.




                                                           G. M.
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