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La Ciudad y los Perros Mario Vargas Llosa
cocina para vaciar bolsas de caca en las ollas de sopa del cuarto año, envió a muchos a la enfermería con
cólicos. Exasperados por las represalias anónimas, los de cuarto proseguían el bautizo con ensañamiento.
El Círculo se reunía todas las noches, examinaba los diversos proyectos, el Jaguar elegía uno, lo
perfeccionaba e impartía las instrucciones. El mes de encierro forzado transcurría rápidamente, en medio
de una exaltación sin límites. A la tensión del bautizo y las acciones del Círculo, se sumó pronto una
nueva agitación: la primera salida estaba próxima y ya habían comenzado a confeccionarles los
uniformes azul añil. Los oficiales les daban una hora diaria de lecciones sobre el comportamiento de un
cadete uniformado en la calle.
- El uniforme - decía Vallano, revolviendo con avidez los Ojos en las órbitas -, atrae a las hembritas como
la miel.
"Ni fue tan grave como decían, ni como me pareció entonces, sin contar lo que pasó cuando Gamboa
entró al baño después de silencio, ni se puede comparar ese mes con los otros domingos de consigna, ni
se puede." Esos domingos, el tercer año era dueño del colegio. Proyectaban una película al mediodía y en
las tardes venían las familias: los perros se paseaban por la pista de desfile, el descampado, el estadio y
los patios, rodeados de personas solícitas. Una semana antes de la primera salida, les probaron los
uniformes de paño: pantalones añil y guerreras negras, con botones dorados; quepí blanco. El cabello
crecía lentamente sobre los cráneos y también la codicia de la calle. En la sección, después de las
reuniones del Círculo, los cadetes se comunicaban sus planes para la primera-salida. “¿Y cómo supo,
pura casualidad, o un soplón, y si hubiera estado Huarina de servicio, o el teniente Cobos? Sí, por lo
menos no tan rápido, se me ocurre que si no descubre el Círculo la sección no se hubiera vuelto un
muladar, estaríamos vivitos y coleando, no tan rápido." El Jaguar estaba de pie y describía a un cadete de
cuarto, un brigadier. Los demás lo escuchaban en cuclillas, como de costumbre; las colillas pasaban de
mano en mano. El humo ascendía, chocaba contra el techo, bajaba hasta el suelo y quedaba circulando
por la habitación como un monstruo translúcido y cambiante. "Pero ése qué había hecho, no es cuestión
de echarnos un muerto a la espalda, Jaguar, decía Vallano, está bien la venganza pero no tanto, decía
Urioste, lo que me apesta en ese asunto es que puede quedar tuerto, decía Pallasta, el que las busca las
encuentra, decía el Jaguar, y mejor si lo averiamos, qué había hecho, y qué fue primero, ¿el portazo, el
grito?" El teniente Gamboa debió golpear la puerta con las dos manos, o abrirla de un puntapié; pero los
cadetes quedaron sobrecogidos, no al oír el ruido del portazo, ni el grito de Arróspide, sino al ver que el
humo estancado huía por el boquerón oscuro de la cuadra, casi colmado por el teniente Gamboa que
sostenía la puerta con las dos manos. Las colillas cayeron al suelo, humeando. Estaban descalzos y no se
atrevían a apagarlas. Todos miraban al frente y exageraban la actitud marcial. Gamboa pisó los
cigarrillos. Luego contó a los cadetes.
- Treinta y dos -dijo- La sección completa. ¿Quién es el brigadier?
Arróspide dio un paso adelante.
- Explíqueme este juego con detalles - dijo Gamboa, tranquilamente- Desde el principio. Y no se olvide
de nada.
Arróspide miraba oblicuamente a sus compañeros y el teniente Gamboa aguardaba, quieto como un
árbol. "¿Qué parecía como lo lloraba? Y después todos éramos sus hijos, cuando comenzamos a llorarle,
y qué vergüenza, mi teniente, usted no puede saber cómo nos bautizaban, ¿no es cosa de hombres
defenderse?, y qué vergüenza, nos pegaban, mi teniente, nos hacían daño, nos mentaban las madres,
mire cómo tiene el fundillo Montesinos de tanto ángulo recto que le dieron, mi teniente, y él como si
lloviera, qué vergüenza, sin decirnos nada, salvo qué más, hechos concretos, omitir los comentarios,
hablar uno por uno, no hagan bulla que molestan a las otras secciones, y qué vergüenza el reglamento,
comenzó a recitarlo, debería expulsarlos a todos, pero el Ejército es tolerante y comprende a los
cachorros que todavía ignoran la vida militar, el respeto al superior y la camaradería, y este juego se
acabó, sí mi teniente, y por ser primera y última vez no pasaré parte, sí mi teniente, me limitaré a dejarlos
sin la primera salida, sí mi teniente, a ver si se hacen hombrecitos, sí mi teniente, conste que una
reincidencia y no paro hasta el Consejo de Oficiales, sí mi teniente, y apréndanse de memoria el
reglamento si quieren salir el sábado siguiente, y ahora a dormir, y los imaginarias a sus puestos, me
darán parte dentro de cinco minutos, sí mi teniente.-
El Círculo no volvió a reunirse, aunque más tarde el Jaguar pusiera el mismo nombre a su grupo. Ese
sábado primero de junio, los cadetes de la sección, desplegados a lo largo de la baranda herrumbrosa,
vieron a los perros de las otras secciones, soberbios y arrogantes como un torrente, volcarse en la avenida
Costanera, teñirla con sus uniformes relucientes, el blanco inmaculado de los quepis y los lustrosos
maletines de cuero; los vieron aglomerarse en el mordido terraplén, con el mar crujiente a la espalda, en
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