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La Ciudad y los Perros                                               Mario Vargas Llosa


              Yo estaba en el Sáenz Peña y  a la salida volvía a Bellavista caminando. A  veces me encontraba con
              Higueras, un amigo de mi hermano, antes que a Perico lo metieran al Ejército. Siempre me preguntaba:
              "¿qué sabes  de él?". "Nada, desde  que lo mandaron a la selva nunca escribió." "¿A dónde vas tan
              apurado?,  ven a conversar un rato." Yo quería regresar  a  Bellavista lo  más pronto, pero Higueras era
              mayor que yo, me hacía un favor tratándome como a uno de su edad. Me llevaba a una chingana y me
              decía: "¿qué  tomas?". "No  sé, cualquier cosa,  lo que tú." "Bueno, decía el flaco Higueras; ¡chino, dos
              cortos!" Y después me daba una palmada: "cuidado te emborraches”. El pisco me hacía arder la garganta
              y lagrimear. Él decía:" chupa un poco de limón. Así es más suave. Y fúmate un cigarrillo". Hablábamos
              de fútbol, del colegio, de mi hermano. Me contó muchas cosas de Perico, al que yo creía un pacífico y
              resulta que era un gallo de pelea, una noche se agarró a chavetazos por una mujer. Además, quién
              hubiera dicho, era un enamorado. Cuando Higueras me contó que había preñado a una muchacha y que
              por poco lo casan a la fuerza, quedé mudo. "Sí, me dijo, tienes un sobrino que debe andar por los cuatro
              años. ¿No te sientes viejo?" Pero sólo me entretenía un rato, después buscaba cualquier pretexto para
              irme. Al entrar a la casa me sentía muy nervioso, qué vergüenza que mi madre pudiera sospechar.
              Sacaba los libros y decía "voy a estudiar al lado" y ella ni siquiera me contestaba, apenas movía la cabeza,
              a veces ni eso. La casa de al lado era más grande que la nuestra, pero también muy vieja. Antes de tocar
              me frotaba las manos hasta ponerlas rojas, ni así dejaban de sudar. Algunos días me abría la puerta Tere.
              Al verla, me entraban ánimos. Pero casi siempre salía su tía. Era amiga de mi madre; a mí no me quería,
              dicen que de chico la fregaba todo el tiempo. Me hacía pasar gruñendo "estudien en la cocina, ahí hay
              más luz". Nos poníamos a estudiar mientras la tía preparaba la comida y el cuarto se llenaba de olor a
              cebollas y ajos. Tere hacía todo con mucho orden, daba admiración ver sus cuadernos y sus libros tan
              bien forrados, y su letra chiquita y pareja; jamás hacía una mancha, subrayaba todos los títulos con dos
              colores. Yo le decía "serás una pintora para hacerla reír. Porque se reía cada vez que yo abría la boca y de
              una manera que no se puede olvidar. Se reía de verdad, con mucha fuerza y aplaudiendo, A veces la
              encontraba regresando del colegio y cualquiera se daba cuenta que era distinta de las otras chicas, nunca
              estaba despeinada ni tenía tinta en las manos. A mí lo que más me gustaba de ella era s1i cara. Tenía
              piernas delgadas y todavía no se le notaban los senos, o quizás sí, pero creo  que nunca pensé en sus
              piernas ni en sus senos, sólo en su cara. En las noches, si me estaba frotando en la cama y de repente me
              acordaba de ella, me daba vergüenza y me iba a hacer pis. Pero en cambio sí pensaba todo el tiempo en
              besarla. En cualquier momento cerraba los Ojos y la veía, y nos veía a los dos, ya grandes y casados.
              Estudiábamos todas las tardes, unas dos horas, a veces más, y yo mentía siempre "tengo montones de
              deberes", para que nos quedáramos en la cocina un rato más. Aunque le decía "si estas cansada me voy a
              mi casa", pero ella nunca estaba cansada. Ese año saqué notas altísimas en el Colegio y los profesores me
              trataban bien, me ponían de ejemplo, me hacían salir a la pizarra, a veces me nombraban monitor y los
              muchachos del Sáenz Peña me decían chancón. No me llevaba con mis compañeros, conversaba con ellos
              en las clases, pero a la salida me despedía ahí mismo. Sólo me juntaba con Higueras. Lo encontraba en
              una esquina de la plaza Bellavista y apenas me veía venir se me acercaba. En ese tiempo sólo pensaba en
              que llegaran las cinco y lo único que odiaba eran los domingos. Porque estudiábamos hasta los sábados,
              pero los domingos Tere se iba con su tía a Lima, a casa de unos parientes y yo pasaba el día encerrado o
              iba al Potao a ver jugar a los equipos de segunda división. Mi madre nunca me daba plata y siempre se
              quejaba de la pensión que le dejó mi padre al morirse. "Lo peor, decía, es haber servido al gobierno
              treinta años. No hay nada más ingrato que el gobierno." La pensión sólo alcanzaba para pagar la casa y
              comer. Yo ya había ido al cine unas cuantas veces, con chicos del colegio, pero creo que ese año no pisé
              una cazuela, ni fui al fútbol ni a nada. En cambio al año siguiente, aunque tenía plata, siempre estaba
              amargado cuando me ponía a pensar cómo estudiaba con Tere todas las tardes.

              Pero mejor que la gallina y el enano, la del cine. Quieta Malpeada, estoy sintiendo tus dientes. Mucho
              mejor. Y eso que estábamos en cuarto, pero aunque había pasado un año desde que Gamboa mató el
              Círculo grande, el Jaguar seguía diciendo: "un día todos volverán al redil y nosotros cuatro seremos los
              jefes". Y fue mejor todavía que antes, porque cuando éramos perros el Círculo sólo era la sección y esa
              vez fue como si todo el año estuviera en el Círculo y nosotros éramos los que en realidad mandábamos y
              el Jaguar más que nosotros. Y también cuando lo del perro que se quebró el dedo se vio que la sección
              estaba con nosotros y nos apoyaba. "Súbase a la escalera, perro, decía el Rulos, y rápido que me enojo."
              Cómo miraba el muchacho, cómo nos miraba. "Mis cadetes, la altura me da vértigos." El Jaguar se
              retorcía de risa y Cava estaba enojado: "¿sabes de quién te vas a burlar, perro?". En mala hora subió, pero
              debía tener tanto miedo. "Trepa, trepa, muchacho", decía el Rulos. "Y ahora canta, le dijo el Jaguar, pero








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