Page 28 - Triton - Samuel R. Delany
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gritó:

                —¡Déjalo! —señalando a Bron con tres gruesos dedos,


           cada  uno  con  un  negro  anillo  de  metal—  tranquilo,

           ¿entiendes?  ¡Simplemente  déjalo  tranquilo,  hermana!

           Está bien, hermano... —al parecer dirigiéndose a Bron,


           aunque el hombre no apartó la vista de la rubia cabeza

           de la mujer—, ya no te molestará más.


                —Pero ella no... —empezó a decir Bron.

                El enmarañado pelo osciló. Su rostro brilló furioso: la

           carne de arriba y de la izquierda de su nariz estaba llena


           de cicatrices, hinchada y sucia. Bron fue incapaz de decir

           si el hundido punto que brillaba al fondo de ella era un

           ojo o una herida abierta. Agitó lentamente la cabeza.


                —Está  bien,  hermano.  Yo  hice  mi  parte.  Ahora

           ocúpate de ti mismo... —Bruscamente, el hombre se dio

           la vuelta y se alejó pesadamente, con sus desnudos pies


           resonando fuertemente sobre las cenicientas planchas del

           círculo de luz.


                La mujer se sentó en la acera y se frotó la barbilla.

                Bron  pensó:  Los  encuentros  sexuales  son  más

           frecuentes  en  el  n‐r.  (¿Formaba  parte  el  hombre  de


           alguna loca secta puritana?)

                La  mujer  miró  a  Bron  con  el  ceño  fruncido;  luego


           entrecerró fuertemente los ojos y los apartó.

                Bron preguntó:

                —Lo  siento  terriblemente,  pero...,  ¿estás  en  la




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