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de qué le estoy hablando?
                  —¿Eso sería grave?
                  —Sumamente.
                  —¿Qué me recomienda?
                  —No  haga  nada.  Estése  tranquilo.  Las  situaciones  se  presentarán.  Si  usted  es
                  inteligente, se dará cuenta y obrará en consecuencia.
                  El Director General se incorporó, perdiéndose en las alturas de la sombra. Las luces sólo
                  iluminaron su vientre flaco y la mano en reposo cordial sobre los botones del chaleco.
                  —Y recuerde bien esto. No nos interesa usted. Nos interesa su nombre. Su nombre, no
                  usted, es el criminal. Buenas noches, señor licenciado...
                  —Félix Maldonado —dijo agresivamente Félix.
                  —Cuidadito, cuidadito —se fue apagando la voz hueca del Director General.
                  Félix se detuvo con la mano en la perilla bronceada de la puerta y preguntó sin voltear a
                  ver a su superior:
                  —Ya se me andaba olvidando. ¿Qué crimen se  le invita o se le obliga a cometer el
                  tercero en jerarquía?
                  —Eso le toca averiguarlo al interesado —dijo la voz hueca, lejana, como de grabación,
                  del Director General.
                  En seguida añadió:
                  —No manipule la perilla. Es sólo de adorno.
                  Apretó un botón y la puerta se entreabrió electrónicamente Ni esa libertad me dejó, ni la
                  puerta pude abrir, me tenebroseó de a feo, como títere se sintió Félix y se fue sin mijar a
                  los ojos de la señorita Chayo.


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                  Manejó rendido por la fatiga de la Secretaría a su apartamento en la Colonia Polanco.
                  Quiso recordar la conversación con el Director General, era fundamental no olvidar un
                  solo detalle, reconstruir fielmente cada una de las palabras pronunciadas por el superior.
                  Aletargado, Félix se asustó, se pellizcó un muslo como  para mantenerse despierto y
                  evitar un accidente. Debería tomar un café antes de salir a la cena. Volvió a pellizcarse.
                  ¿Con  quién  acababa  de  hablar? ¿Qué  le  había  dicho?  Abrió  apresuradamente  la
                  ventanilla. Entró el aire barrido y frío de las primeras horas después de la lluvia.
                  Tocó tres veces el claxon para anunciarle su llegada a Ruth. Era una vieja y cariñosa
                  costumbre. Estacionó frente al condominio  de doce pisos. Subió al noveno. Quizás
                  debería contar las veces que subía y bajaba diariamente en un elevador. Quizá le haría
                  falta un uniforme de lana gris con botonadura de bronce y las iniciales bordadas sobre el
                  pecho, S.F.I. Quizá sólo así lo reconocerían en la oficina de ahora en adelante.
                  Dijo varias veces en voz alta, Ruth, Ruth, al entrar al apartamento. ¿Por qué necesitaba
                  anunciarse desde la calle y ahora al entrar, si sabía perfectamente que Ruth estaba eno-
                  jada, metida en la cama, esperándolo, fingiendo que no, hojeando una revista, con la
                  televisión prendida sin ruido, vestida con camisón  y mañanita  de  seda,  como  si  se
                  dispusiera a dormir temprano pero no era cierto, no se había quitado el maquillaje, no se
                  había  embarrado  las  cremas,  estaba  disponible,  la  podía  persuadir  aún  de  que  la
                  acompañara a casa de los Rossetti?
                  Antes de abrir la puerta de la recámara, miró la reproducción tamaño natural del
                  autorretrato de Velázquez que colgaba en el vestíbulo. Era una broma privada que
                  tenían él y Ruth. Cuando vieron el original en el Museo del Prado, los dos rieron de esa
                  manera nerviosa con que se rompe la solemnidad de los museos y no se atrevieron a
                  decir que Félix era el doble del pintor. «No, Velázquez es tu doble», dijo Ruth y a la








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