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No es posible formarse idea de aquella escena. El coloso, antes tan bravo, tan
esforzado y temible, se agitaba ahora en el espacio con los pies en el aire, retorciéndose
convulsivamente y gritando como un desesperado. Hércules, por su parte, sin parar
mientes en las amenazas, ni en las sacudidas y contorsiones de Anteo, lo sostenía cada
vez a mayor distancia de su madre con la misma facilidad con que una niña maneja su
muñeca. Y fue lo más extraño del caso que, no bien Anteo dejó de hallarse en contacto
con el suelo, comenzó a perder, una tras otra, todas sus cualidades, con tanta rapidez,
que su enemigo lo advertía por instantes, contribuyendo así a que las de éste aumentaran
con la esperanza del triunfo; y como era la naturaleza del gigante de tal suerte que si
permanecía cinco minutos no más sin comunicarse directamente con la tierra, no sólo la
resistencia nerviosa de sus miembros, sino también el espíritu de vida debían abandonarlo
para siempre, descubierto ya su secreto por el vencedor de tantos monstruos, no debía
esperar misericordia. Bueno será tomar nota del caso este para recordarlo si alguna vez nos
hallamos en circunstancias parecidas, pues, como se ve, las criaturas por el estilo de Anteo,
nacidas de la tierra, sólo son difíciles de vencer en su elemento, y fácilmente sucumben si
se las transporta a regiones más elevadas y puras. Así le sucedió al pobre gigante, a quien,
a pesar de sus bruscas maneras con los personajes distinguidos que iban a visitarlo, y de
su habitual grosería, compadezco sinceramente por el fin desastroso que tuvo.

