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Paralizadas las fuerzas de Anteo y extinguido su aliento, Hércules, que lo sostenía en
alto con los pies hacia arriba, lo lanzó a media legua de distancia, cayendo el gigante como
caen los cuerpos muertos. Su madre la Tierra ya nada pudo hacer por el hijo predilecto de
sus entrañas, salvo recibirlo en sus brazos. No sería extraño que, habiendo quedado Anteo
insepulto, exista por esta causa todavía en aquel lugar un montón de huesos calcinados por
el sol africano, y que al descubrirlos algún intrépido viajero los crea pertenecientes a una
familia de animales antediluvianos.

