Page 76 - Las Estrellas Mi Destino - Alfred Bester
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Así, en jaunteos de cien o doscientos kilómetros cada uno,
Presteign cruzó el continente y llegó a los astilleros de
Vancouver exactamente a las nueve de la mañana hora del
Pacífico. Había abandonado Nueva York a las once, había
ganado dos horas de luz solar. Esto era corriente en un
mundo que jaunteaba.
Los kilómetros cuadrados de concreto no vallado (¿qué
valla detendría a un jaunteador?) que constituían el
astillero semejaban una blanca mesa cubierta por oscuras
monedas cuidadosamente dispuestas en círculos
concéntricos. Pero, mirando más de cerca, las monedas se
agrandaban hasta convertirse en las bocas, de treinta
metros de diámetro, de negros pozos cavados en las
profundidades de la tierra. Cada boca circular estaba
rodeada por edificios de concreto: oficinas, talleres de
comprobación, cantinas, vestuarios.
Esos eran los pozos de despegue y aterrizaje, los diques
secos y pozos de construcción de los astilleros. Las
espacionaves, como los veleros, nunca habían sido
diseñadas para soportar su propio peso contra la fuerza de
gravedad sin ayuda. La fuerza de gravedad normal de la
Tierra destrozaría la estructura de una astronave como si
fuera la cascara de un huevo. Las naves eran construidas
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