Page 451 - Hijos del dios binario - David B Gil
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cobre  y  marfil,  se  lo  llevó  al  oído  y  aguardó  en


           silencio  las  instrucciones.  Fueron  precisas  y


           escuetas,  como  siempre,  y  una  breve  oscilación


           estremeció  su  gesto  al  escuchar  el  nombre  de



           Daniel Adelbert.


                  Colgó y abrió el único cajón de la única mesa de


           la  estancia.  En  el  interior  solo  había  un  pequeño


           estuche metálico codificado con su huella. La tapa


           exhaló un vapor gélido al desprecintarse, y Bastian


           tomó  la  primera  cápsula  de  una  hilera  numerada


           del uno al diez. Con el índice, se palpó tras la nuca



           hasta  encontrar  bajo  el  pelo  la  pequeña  ranura


           circular. Insertó la cánula y pulsó el inyector.


                  Sus  pupilas  se  dilataron  y  la  saliva  se  espesó.


           Las  glándulas  suprarrenales  inundaron  la  sangre


           de  glucosa,  al  tiempo  que  el  cóctel  se  propagaba


           desde el tallo cerebral para despertar de su letargo


           a las nanomáquinas injertadas en sus pulmones, en


           su corazón, en su fibra muscular. El subidón de la


           primera  dosis  siempre  era  así  de  intenso,  casi



           doloroso, y debió apretar los dientes para no gritar.


                  Poco  a  poco  su  corazón  comenzó  a  bombear


           con  naturalidad,  buscando  el  compás  de  los


           acordes  de  Chopin,  pero  antes  de  que  pudiera


           enjugarse el sudor de la frente, alguien llamó a la


           puerta.




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