Page 56 - Antología2020mini_Neat
P. 56

Memorias de mis putas tristes

                  Alguien lloraba a gritos en la calle y nadie le hacía caso. Recé por él, si le hiciera
                  falta, y también por mí, en acción de gracias por los beneficios recibidos: No se
                  engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio.
                  La niña gimió en sueños, y recé también por ella: Pues que todo ha de pasar por tal
                  manera. Después apagué el radio y la luz para dormir.


                  Desperté de madrugada sin recordar dónde estaba. La niña seguía dormida de
                  espaldas a mí en posición fetal. Tuve la sensación indefinida de que la había sentido
                  levantarse en la oscuridad, y de haber oído el desagüe del baño, pero lo mismo
                  pudo ser un sueño. Fue algo nuevo para mí. Ignoraba las mañas de la seducción, y
                  siempre había escogido al azar las novias de una noche más por el precio que por
                  los encantos, y hacíamos amores sin amor, medio vestidos las más de las veces y
                  siempre en la oscuridad para imaginarnos mejores. Aquella noche descubrí el placer
                  inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin los apremios del
                  deseo o los estorbos del pudor.


                  Me levanté a las cinco, inquieto porque mi nota dominical debía estar en la mesa de
                  redacción antes de las doce. Hice mi deposición puntual todavía con los ardores de
                  la luna llena, y cuando solté la cadena del agua sentí que ñus rencores del pasado
                  se fueron por los albañales. Cuando volví fresco y vestido al dormitorio, la niña
                  dormía bocarriba a la luz conciliadora del amanecer, atravesada de lado a lado en la
                  cama, con los brazos abiertos en cruz y dueña absoluta de su virginidad. Que Dios
                  te la guarde, le dije. Toda la plata que me quedaba, la suya y la mía, se la puse en la
                  almohada, y me despedí por siempre jamás con un beso en la frente. La casa, como
                  todo burdel al amanecer, era lo más cercano al paraíso. Salí por el portón del huerto
                  para no encontrarme con nadie. Bajo el sol abrasante de la calle empecé a sentir el
                  peso de mis noventa años, y a contar minuto a minuto los minutos de las noches que
                  me hacían falta para morir.
















































                                                           54
   51   52   53   54   55   56   57   58   59   60   61