Page 11 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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es algo radicalmente distinto de la comunicación animal. Las diferencias entre ambos son de orden
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cualitativo y no cuantitativo. El lenguaje es algo exclusivo del hombre .
Las hipótesis tendientes a explicar la génesis y el desarrollo del lenguaje como el paso gradual de lo simple a
lo complejo —por ejemplo, de la interjección, el grito o la onomatopeya a las expresiones indicativas y
simbólicas— parecen igualmente desprovistas de fundamento. Las lenguas primitivas ostentan una gran
complejidad. En casi todos los idiomas arcaicos existen palabras que por sí mismas constituyen frases y
oraciones completas. El estudio de los lenguajes primitivos confirma lo que nos revela la antropología
cultural: a medida que penetramos en el pasado no encontramos, como se pensaba en el siglo XIX,
sociedades más simples, sino dueñas de una desconcertante complejidad. El tránsito de lo simple a lo
complejo puede ser una constante en las ciencias naturales pero no en las de la cultura. Aunque las hipótesis
del origen animal del lenguaje se estrella ante el carácter irreductible de la significación, en cambio tiene la
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gran originalidad de incluir el «lenguaje en el campo de los movimientos expresivos» . Antes de hablar, el
hombre gesticula. Gestos y movimientos poseen significación. Y en ella están presentes los tres elementos
del lenguaje: indicación, emoción y representación. Los hombres hablan con las manos y con el rostro. El
grito accede a la significación representativa e indicativa al aliarse con esos gestos y movimientos. Quizá el
primer lenguaje humano fue la pantomima imitativa y mágica. Regidos por las leyes del pensamiento
analógico, los movimientos corporales imitan y recrean objetos y situaciones.
Cualquiera que sea el origen del habla, los especialistas parecen coincidir en la «naturaleza primariamente
mítica de todas las palabras y formas del lenguaje...». La ciencia moderna confirma de manera impresionante
la idea de Herder y los románticos alemanes: «parece indudable que desde el principio el lenguaje y el mito
permanecen en una inseparable correlación... Ambos son expresiones de una tendencia fundamental a la
formación de símbolos: el principio radicalmente metafórico que está en la entraña de toda función de
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simbolización» . Lenguaje y mito son vastas metáforas de la realidad. La esencia del lenguaje es simbólica
porque consiste en representar un elemento de la realidad por otro, según ocurre con las metáforas. La ciencia
verifica una creencia común a todos los poetas de todos los tiempos: el lenguaje es poesía en estado natural.
Cada palabra o grupo de palabras es una metáfora. Y asimismo es un instrumento mágico, esto es, algo
susceptible de cambiarse en otra cosa y de trasmutar aquello que toca: la palabra pan, tocada por la palabra
sol, se vuelve efectivamente un astro; y el sol, a su vez, se vuelve un alimento luminoso. La palabra es un
símbolo que emite símbolos. El hombre es hombre gracias al lenguaje, gracias a la metáfora original que lo
hizo ser otro y lo separó del mundo natural. El hombre es un ser que se ha creado a sí mismo al crear un
lenguaje. Por la palabra, el hombre es la constante producción de imágenes y de formas verbales rítmicas es
una prueba del carácter simbolizante del habla, de su naturaleza poética. El lenguaje tiende espontáneamente
a cristalizar en metáforas. Diariamente las palabras chocan entre sí y arrojan chispas metálicas o forman
parejas fosforescentes. El cielo verbal se puebla sin cesar de astros nuevos. Todos los días afloran a la
superficie del idioma palabras y frases chorreando aún humedad y silencio por las frías escamas. En el mismo
instante otras desaparecen. De pronto, el erial de un idioma fatigado se cubre de súbitas flores verbales.
Criaturas luminosas habitan las espesuras del habla. Criaturas, sobre todo, voraces. En el seno del lenguaje
hay una guerra civil sin cuartel. Todos contra uno. Uno contra todos. ¡Enorme masa siempre en movimiento,
engendrándose sin cesar, ebria de sí! En labios de niños, locos, sabios, cretinos, enamorados o solitarios,
brotan imágenes, juegos de palabras, expresiones surgidas de la nada. Por un instante, brillan o
relampaguean. Luego se apagan. Hechas de materia inflamable, las palabras se incendian apenas las rozan la
imaginación o la fantasía. Mas son incapaces de guardar su fuego. El habla es la sustancia o alimento del
poema, pero no es el poema. La distinción entre el poema y esas expresiones poéticas —inventadas ayer o
repetidas desde hace mil años por un pueblo que guarda intacto su saber tradicional— radica en lo siguiente:
el primero es una tentativa por trascender el idioma; las expresiones poéticas, en cambio, viven en el nivel
mismo del habla y son el resultado del vaivén de las palabras en las bocas de los hombres. No son creaciones,
obras. El habla, el lenguaje social, se concentra en el poema, se articula y levanta. El poema es lenguaje
erguido.
Así como ya nadie sostiene que el pueblo sea el autor de las epopeyas homéricas, tampoco nadie puede
defender la idea del poema como una secreción natural del lenguaje. Lautréamont quiso decir otra cosa
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Hoy no afirmaría de modo tan tajante las diferencias entre comunicación animal y humana. Cierto, hay
ruptura o hiato entre ellas pero ambas son parte de ese universo de la comunicación, presentido por todos los poetas
bajo la forma de la analogía universal, que ha descubierto la cibernética. (Nota de 1964)
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Op. dt
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Op. cit.

