Page 169 - Dimension De Milagros - Robert Sheckley
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Carmody  deslizó  el  Premio  en  el  bolsillo,  y

          ayudándose  con  los  pies  y  las  manos  trepó  por  los

          pliegues  de  la  gruesa  piel  de  Emie.  En  cuanto  estuvo


          firmemente  sentado  en  el  cuello  del  dinosaurio,  Emie

          hizo un giro y comenzó a trotar hacia el sudoeste.


                 —¿Adonde                   vamos?               —preguntó                  Carmody,


          firmemente asido de Emie, que empezaba a galopar.


                 —Todo  esto  es  excesivamente  extraño  —dijo  el

          Premio con voz apagada, desde el bolsillo de Carmody.


                 —Aquí, el extraño eres tú —le recordó Carmody.


                 Después, se relajó, dispuesto a disfrutar la cabalgata.


                 Aunque  no  se  llamaba  Ciudad  de  los  Dinosaurios,


          Carmody  no  pudo  concebir  otro  nombre  para  ella.

          Quedaba  a  unos  tres  kilómetros  del  parque.  Primero


          llegaron a un camino; en realidad, un sendero amplio que

          el  paso  de  innumerables  dinosaurios  había  hecho  tan

          firme  como  el  hormigón.  Al  seguir  el  camino,  pasaron


          cerca  de  muchos  hadrosaurios  que  dormían  bajo  los

          sauces llorones al costado del sendero, y que de vez en


          cuando armonizaban en voces dulces y bajas. Carmody

          preguntó a Emie sobre ellos, pero lo único que le dijo es

          que su padre los consideraba un verdadero problema.


                 Siguiendo por el camino, pasaron ante bosquecillos


          de  abedules,  arces,  laureles  y  acebos.  Debajo  de  cada

          arboleda había como una docena de dinosaurios, que se



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