Page 246 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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—No. Me refiero a nuestro viaje.
William frunció el ceño y se tocó el bolsillo del
chaleco.
—Tengo cheques de viajero como para toda una
vida. Diviértete. Y olvídate. Nunca nos
encontrarán.
—¿Nunca?
—Nunca.
Ahora alguien lanzaba al aire unos petardos
gigantescos desde la torre del sonoro campanario.
Los petardos caían envueltos en chispas y humo y
la multitud se apartaba, y la pólvora ardía
maravillosamente entre los pies de los bailarines y
los móviles cuerpos. Un apetitoso olor a tortas fritas
llenaba el aire, y desde las terrazas de los cafés unos
hombres observaban la escena, con botes de
cerveza en las manos oscuras.
El toro estaba muerto. El fuego ya no salía de las
cañas de bambú. El nombre se sacó la armazón de
los hombros. Unos niños se acercaron a tocar la
magnífica cabeza de papel, los cuernos verdaderos.
—Vamos a ver el toro —dijo William.
Al pasar ante la puerta del café, Susan vio al
hombre. Los observaba. Un hombre blanco, con un
traje blanco como la sal, corbata azul y camisa azul,
y un rostro delgado y quemado por el sol. Tenía el
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