Page 242 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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—Hubiese  ocurrido,  tarde  o  temprano  —dijo  el


           doctor, y añadió dirigiéndose a Clemens—: Puede


           hablarle.



           Clemens se acercó, lentamente. Se agachó junto a

           Hitchcock y lo sacudió con suavidad, tomándolo de


           un brazo.



           —Eh,  Hitchcock,  óyeme  —dijo  en  voz  baja.


           Hitchcock no respondió.



           —Eh, soy yo, Clemens. Mírame. Estoy aquí.



           Clemens golpeó el brazo de Hitchcock. Le frotó el

           cuello  y  la  nuca  suavemente.  Luego  miró  al


           psiquiatra. El médico suspiró. El capitán se encogió


           de hombros.



           —¿Tratamiento de shock, doctor?


           El psiquiatra asintió con un movimiento de cabeza.



           —Comenzaremos en seguida.



           Sí, pensó Clemens, tratamiento de shock. Tóquenle


           una docena de discos de jazz, pásenle un frasco de


           clorofila por las narices, pónganle hierba bajo los


           pies, bañen el aire con perfume de Chanel, córtenle

           el  pelo,  arréglenle  las  uñas,  tráiganle  una  mujer,


           grítenle,  golpeen  y  hagan  ruido;  fríanlo  con  una


           corriente  eléctrica,  llenen  los  abismos  y  las

           hendiduras,  ¿dónde  está  la  prueba?  Es  imposible


           pasarse la vida inventando pruebas. Es imposible


           entretener  a  un  bebé  con  sonajeros  y  silbatos


           durante toda la noche, y todas las noches durante





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