Page 264 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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A las nueve y cuarto Susan miraba la plaza desde el
balcón del hotel. El señor Simms estaba allá abajo
sentado en un fino banco de hierro, con las piernas
cruzadas. Mordió la punta de un cigarro y lo
encendió cuidadosamente.
Susan oyó el ruido de un motor, y allá, de un garaje
situado en lo más alto de la calle, salió el coche de
William y descendió por la cuesta empedrada.
El auto se acercó velozmente. Cuarenta, cincuenta,
sesenta kilómetros por hora. Las gallinas saltaban
en la calle. El señor Simms se sacó su blando
sombrero de paja, se enjugó la frente rosada, se
puso otra vez el sombrero, y vio el coche.
Se acercaba a ochenta kilómetros por hora,
directamente hacia la plaza.
—¡William! —gritó Susan.
El coche golpeó estrepitosamente el cordón de la
acera, dio un salto y corrió sobre las losas hacia el
banco verde del señor Simms. El hombre soltó su
cigarro, dio un grito, y alzó las manos. El coche lo
golpeó. El cuerpo del señor Simms saltó en el aire y
rodó por la acera.
En el otro extremo de la plaza, con una rueda rota,
el coche se detuvo. La gente corría. Susan entró en
el cuarto y cerró la ventana.
Al mediodía, pálidos, tomados del brazo, William
y Susan salieron del palacio municipal.
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