Page 99 - Enemigo Mío - Barry B. Longyear
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Entonces Zammis atacaba cogiendo la serpiente con ambas
manos justo por detrás de la cabeza. Los animales no poseían
dientes y no eran venenosos pero de vez en cuando tenían el
vigor suficiente como para arrojar a Zammis dentro de la
charca.
Las pieles eran extendidas y enrolladas alrededor de
unos troncos de árbol y colocadas convenientemente para
que se secaran. Los troncos se ponían al aire libre cerca de la
entrada de la cueva, protegidos por un saliente alejado del
océano. Sólo dos terceras partes de las pieles así dispuestas
acababan secándose: el resto se pudría.
Al otro lado de la sala de pieles estaba el ahumadero: una
cámara cerrada con piedras donde íbamos colgando la carne
de serpiente. Se preparaba una hoguera con leña verde en un
agujero del suelo de la cámara; luego llenábamos la pequeña
abertura con rocas y tierra.
—Tío. ¿Por qué no se pudre la carne después de
ahumarla?
Pensé en la pregunta.
—No estoy seguro. Sólo sé que no se pudre.
—¿Por qué lo sabes?
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