Page 99 - Anatema - Neal Stephenson
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Era  importante  que  no  permitiese  que  ninguno  de  los


          ensambladores de sandalias me mirase a los ojos, así que

          aparté la vista. Vi a fra Orolo salir de otra de las salas de

          tiza  con  un  montón  de  hojas  llenas  de  cálculos  bajo  el


          brazo.  Iba  a  tomar  una  dirección,  pero  luego,  al  ver  a

          nuestro grupo, decidió ir por el jardín y se marchó hacia la

          Seo.  Lo  que  me  provocó  un  cosquilleo,  porque  cierta


          tablilla de la nebulosa de Sante Tancred acumulaba polvo

          sobre  una  mesa  en  la  sala  de  trabajo  del  astrohenge,

          sujetando  un  par  de  hojas  manchadas  con  notas


          inconclusas y otras muestras de mi letra. Seguro que Orolo

          se daría cuenta y sabría que llevaba días sin trabajar.


            Unos minutos más tarde me encontraba en la celda que

          esa noche compartiría con otros dos fras, envolviéndome

          en  mi  paño  y  convirtiendo  la  esfera  en  almohada.  Allí


          tendido,  intentando  dormir,  lo  lógico  hubiese  sido  que

          pensase en Apert y en las Iconografías. Pero ver a fra Orolo


          en el Claustro me había recordado la frase escurridiza que

          fra Corlandin había dicho durante la cena y que yo me

          había tragado sin pensar. Se había convertido en uno de


          esos pensamientos que llegan sin invitación y del que no

          sabía cómo librarme.

            «He oído», había dicho fra Corlandin. Pero mi diálogo


          con Orolo había tenido lugar apenas una hora antes de la

          cena. ¿Cuál de los testigos había ido corriendo a contar la

          historia  a  la  sede  del  Nuevo  Círculo?  ¿Por  qué  les


          importaba?



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