Page 73 - El Planeta Prohibido - Stuart W J
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brutalidad.
Morbius cerró los ojos.
—Fueron… ¡fueron “despedazados”!… ¡Deshechos! —
Su voz se apagó—. ¡Como… como muñecos de trapo hechos
trizas sangrientas por una maligna criatura!
Se llevó por un momento una mano a la cabeza; luego,
se irguió y nos miró otra vez. El sudor corría por sus sienes.
—Vengan conmigo —dijo.
Se paró y nos condujo basta la ventana abierta.
—Miren allá —señaló—. A través del patio, hacia la
pileta. Luego, más allá, aquel claro entre los árboles.
Vimos un claro, en efecto, y en él una hilera de
montículos cubiertos de césped. Sus lápidas azul‐grisáceo
decían en forma inequívoca lo que eran.
En voz muy baja, Morbius dijo:
—Hicimos lo que pudimos, mi esposa y yo…
Se volvió bruscamente, regresó a la mesa y se echó en
su silla.
Lo seguimos. Después de un momento, Adams
preguntó:
—¿Su esposa, doctor? —muy quedamente y luego,
cuando Morbius asintió—: No figuraba en los registros del
“Bellerophon”.
—En la columna de “Bioquímicos”, hallará usted el
nombre de Julia Marsin. —La voz de Morbius era apenas
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