Page 66 - El Señor De La Luz - Roger Zelazny
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de perros callejeros siguió las huellas de los caballos, la‐
drando.
El príncipe era alto, y sus bigotes eran del color del humo.
Sus manos, negras como el café, estaban señaladas por las
rígidas cordilleras de sus venas. Su postura era erguida, y
sus ojos eran como los ojos de un viejo pájaro, eléctricos y
claros.
Una multitud se reunió al frente para observar el paso del
grupo. Sólo montaban a caballo aquellos que podían per‐
mitírselos y pocos eran tan ricos como eso. El slagarto era
la montura habitual una criatura escamosa con cuello de
serpiente, muchos dientes, dudosa estirpe, vida breve y
muy temperamental; los caballos por alguna razón, se ha‐
bían vuelto estériles en las ultimas generaciones.
El príncipe siguió adentrándose en la capital del alba y
los mirones siguieron mirando.
En su camino, salieron de la avenida del sol y se adentra‐
ron por callejones más estrechos. Avanzaron por entre ba‐
jos edificios comerciales, las grandes tiendas de los grandes
comerciantes, los bancos, los templos, las posadas, los bur‐
deles. Siguieron adelante hasta que, en el límite del distrito
comercial, llegaron a la principesca hostería de Hawkana,
el Perfecto Anfitrión. Tiraron de las riendas ante su en‐
trada, porque Hawkana en persona estaba fuera del edifi‐
cio, vestido con sencillez, elegantemente corpulento y con
una sonrisa en los labios, aguardando para conducir perso‐
nalmente la yegua blanca al interior.
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