Page 112 - El alquimista
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El muchacho sacó a Urim y Tumim del zurrón, Había utilizado las
                                 piedras solamente una vez, una mañana en un mercado. La vida y su
                                 camino estuvieron siempre llenos de señales.
                                    Guardó a Urim y a Tumim en el baúl de oro. Era también parte de
                                 su tesoro, porque le recordaban a un viejo rey que jamás volvería a
                                 encontrar.
                                    «Realmente la vida es generosa con quien vive su Leyenda Personal
                                 -pensó el muchacho. Entonces se acordó de que tenía que ir a Tarifa
                                 para dar la décima parte de todo aquello a la gitana-. Qué listos son los
                                 gitanos», se dijo. Tal vez fuese porque viajaban tanto.
                                    Pero el viento volvió a soplar. Era el Levante, el viento que venía
                                 de África. No traía el olor del desierto, ni la amenaza de invasión de los
                                 moros. Por el contrario, traía un perfume que él conocía bien, y el
                                 sonido de un beso -que fue llegando despacio, despacio, hasta posarse
                                 en sus labios.
                                    El muchacho sonrió. Era la primera vez que ella hacía eso.
                                    -Ya voy, Fátima -dijo él.



































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