Page 108 - El alquimista
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Pero había llegado a su tesoro, y una obra sólo está completa
                                 cuando se alcanza el objetivo. Allí, en aquella duna, el muchacho
                                 había llorado. Miró al   suelo y vio que, en el lugar donde habían caído
                                 sus lágrimas, se paseaba un escarabajo. Durante el tiempo que había
                                 pasado en el desierto había aprendido que en Egipto los escarabajos
                                 eran el símbolo de Dios.
                                    Allí tenía, pues, otra señal. Y el muchacho comenzó a cavar
                                 acordándose del vendedor de cristales; nadie podría tener una
                                 Pirámide en su huerto, aunque acumulase piedras durante toda su
                                 vida.
                                    El muchacho cavó toda la noche en el lugar marcado sin encontrar
                                 nada. Desde lo alto de las Pirámides, los siglos lo contemplaban en
                                 silencio. Pero el muchacho no desistía: cavaba y cavaba, luchando
                                 contra el viento, que muchas veces volvía a echar la arena en el
                                 agujero. Sus manos, cansadas, terminaron lastimadas, pero el    mucha-
                                 cho seguía teniendo fe en su corazón. Y su corazón le había dicho que
                                 cavara donde hubieran caído sus lágrimas.
                                    De repente, cuando estaba intentando sacar algunas piedras que
                                 habían aparecido, el muchacho oyó pasos. Algunas personas se
                                 acercaron a él. Estaban contra la luna, y no podía ver sus ojos ni su
                                 rostro.
                                    -¿Qué estás haciendo ahí? -preguntó uno de los bultos.
                                    El muchacho no respondió. Pero tuvo miedo. Ahora tenía un
                                 tesoro para desenterrar, y por eso tenía miedo.
                                    -Somos refugiados de la guerra de los clanes -dijo otro bulto-.
                                 Tenemos que saber qué escondes ahí. Necesitamos dinero.
                                    -No escondo nada -repuso el muchacho.
                                    Pero uno de los recién llegados lo agarró y lo sacó fuera del agujero.
                                 Otro comenzó a revisar sus bolsillos. Y encontraron el pedazo de oro.
                                    -¡Tiene oro! -exclamó uno de los asaltantes.
                                    La luna iluminó el rostro del asaltante que lo estaba registrando y
                                 él pudo ver la muerte en sus ojos.
                                    -Debe de haber más oro escondido en el suelo -dijo otro.
                                    Y obligaron al muchacho a cavar. El muchacho continuó cavando
                                 y no encontraba nada. Entonces empezaron a pegarle. Continuaron
                                 pegándole hasta que aparecieron los primeros rayos del sol en el cielo.
                                 Su ropa quedó hecha jirones, y él sintió que su muerte estaba próxima.
                                    « ¿De qué sirve el dinero, si tienes que morir? Pocas veces el dinero
                                 es capaz de librar a alguien de la muerte», había dicho el Alquimista.


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