Page 113 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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Aspiramos y respiramos el mundo, con el mundo, en un acto que es ejercicio respiratorio, ritmo, imagen y
sentido en unidad inseparable. Respirar es un acto poético porque es un acto de comunión. En ella, y no en la
fisiología, reside lo que Étiemble llama «el placer poético».
El mismo crítico señala que para André Spire —teórico del verso libre francés— el placer poético se reduce a
una suerte de gimnasia, en la que intervienen los labios, la lengua y otros músculos de la boca y la garganta.
Según esta ingeniosa doctrina, cada idioma exige para ser hablado una serie de movimientos musculares. Los
versos nos producen placer porque provocan y suscitan movimientos agradables de los músculos. Esto
explica que ciertos versos «suenan bien» mientras que otros, con el mismo número de sílabas, no «suenan»;
para que el verso sea hermoso las palabras deben estar colocadas en la frase de tal manera que sea fácil el
esfuerzo que requiere su pronunciación. Como en el caso del corredor de obstáculos, el recitador salta de
palabra en palabra y el placer que se extrae de esta carrera, hecha de vueltas y saltos en un laberinto que irrita
y adula los sentidos, no es de género distinto al del luchador o al del nadador. Todo lo dicho antes sobre la
poesía como respiración es aplicable a estas ideas: el ritmo no es sonido aislado, ni mera significación, ni
placer muscular sino todo junto, en unidad indisoluble.
3. Whitman, poeta de América
Walt Whitman es el único gran poeta moderno que no parece experimentar inconformidad frente a su mundo.
Y ni siquiera soledad; su monólogo es un inmenso coro. Sin duda hay, por lo menos, 3ps personas en él: el
poeta público y la persona privada, que oculta sus verdaderas inclinaciones eróticas. Pero su máscara —el
poeta de la democracia— es algo más que una máscara; es su verdadero rostro. A pesar de ciertas
interpretaciones recientes, en él coinciden plenamente el sueño poético y el histórico. No hay ruptura entre
sus creencias y la realidad social. Y este hecho es superior —quiero decir, más ancho y significativo— a toda
circunstancia psicológica. Ahora bien, la singularidad de la poesía de Whitman en el mundo moderno no
puede explicarse sino en función de otra, aún mayor, que la engloba: la de América.
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En un libro , que es un modelo en su género, Edmundo O'Gorman ha demostrado que nuestro continente
nunca fue descubierto. En efecto, no es posible descubrir algo inexistente y América, antes de su llamado
«descubrimiento», no existía. Más que del descubrimiento de América, habría que hablar de su invención. Si
América es una creación, el espíritu europeo, empieza a perfilarse entre la niebla del mar siglos antes de los
viajes de Colón. Y lo que descubren los europeos cuando tocan estas tierras es su propio sueño histórico.
Reyes ha dedicado páginas admirables a este tema: América es una súbita encarnación de una utopía europea.
El sueño se hace realidad, presente; América es un presente: un regalo, un don de la historia. Pero es un
presente abierto, un ahora que está teñido de mañana. La presencia y el presente de América son un futuro;
nuestro continente es la tierra, por naturaleza propia, que no existe por sí, sino como algo que se crea y se
inventa. Su ser, su realidad o substancia, consiste en ser siempre futuro, historia que no se justifica en lo
pasado, sino en lo venidero. Lo que nos funda no es lo que fue América, sino lo que será. América no fue; y
es sólo si es utopía, historia en marcha hacia una edad de oro.
Quizá esto no sea del todo exacto si se piensa en el período colonial de la América española y portuguesa.
Pero es revelador que apenas los criollos americanos adquieren conciencia de sí mismos y se oponen a los
españoles, redescubren el carácter utópico de América y hacen suyas las utopías francesas. Todos ellos ven
en la Revolución de Independencia un retorno a los principios originales, un volver a lo que realmente es
América. La Revolución de Independencia es una rectificación de la historia americana y, por tanto, es el
restablecimiento de la realidad original. El carácter excepcional y verdaderamente paradójico de esta
restauración aparece claro si se advierte que consiste en una restauración del futuro. Por gracia de los
principios revolucionarios franceses, América vuelve a ser lo que fue al nacer: no un pasado, sino un futuro,
un sueño. El sueño de Europa, el lugar de elección, espacial y temporal, de todo aquello que la realidad
europea no podía ser sino negándose a sí misma y a su pasado. América es el sueño de Europa, libre ya de la
historia europea, libre del peso de la tradición. Una vez resuelto el problema de la Independencia, la
naturaleza abstracta y utópica de la América liberal vuelve a revelarse en episodios como la Intervención
francesa en México. Ni Juárez ni sus soldados pensaron nunca —según señala Cosío Villegas— que
luchaban contra Francia, sino contra una usurpación francesa. La verdadera Francia era ideal y universal y,
más que una nación, era una idea, una filosofía. Cuesta dice, con cierta razón, que la guerra contra los
franceses debe verse como una «guerra civil». Fue necesaria la Revolución de México para que el país
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La idea del descubrimiento de América, México, 1951

