Page 114 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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despertase de este sueño filosófico —que, por otra parte, encubría una realidad histórica apenas tocada por la
Independencia, la Reforma y la Dictadura— y se encontrase a sí mismo, no ya como un futuro abstracto sino
como un origen en el que había que buscar los tres tiempos: nuestro pasado, nuestro presente y nuestro
futuro. El acento histórico cambió de tiempo y en esto consiste la verdadera significación espiritual de la
Revolución mexicana.
El carácter utópico de América es aún más neto en la porción sajona del continente. Ahí no existían
complejas culturas indígenas, ni el catolicismo levantó sus vastas construcciones intemporales: América era
—si algo era— geografía, espacio puro, abierto a la acción humana. Carente de substancia histórica —clases
antiguas, viejas instituciones, creencias y leyes heredadas— la realidad no presentaba más obstáculos que los
naturales. Los hombres no luchaban contra la historia, sino contra la naturaleza. Y ahí donde se presentaba un
obstáculo histórico —por ejemplo: las sociedades indígenas— se le borraba de la historia y, reducido a mero
hecho natural, se actuaba en consecuencia. La actitud norteamericana puede condensarse así: todo aquello
que no participa de la naturaleza utópica de América no pertenece propiamente a la historia; es un hecho
natural y, por tanto, no existe; o sólo existe como obstáculo inerte, no como conciencia ajena. El mal está
fuera: forma parte del mundo natural —como los indios, los ríos, las montañas y otros obstáculos que hay
que domesticar o destruirlo es una realidad intrusa (el pasado inglés, el catolicismo español, la monarquía,
etc.). La Revolución de Independencia de los Estados Unidos es la expulsión de los elementos intrusos,
ajenos a fa esencia americana. Si la realidad de América es ser constante invención de sí misma, todo lo que
de alguna manera se muestre irreductible o inasimilable no es americano. En otras partes el futuro es atributo
del hombre: por ser hombres, tenemos futuro; en la América sajona del siglo pasado, el proceso se invierte y
el futuro determina al hombre: somos hombres porque somos futuro. Y todo aquél que no tiene futuro no es
hombre. Así, la realidad no ofrece resquicio alguno para que aparezcan la contradicción, la ambigüedad o el
conflicto.
Whitman puede cantar con toda confianza e inocencia la democracia en marcha porque la utopía americana
se confunde y es indistinguible de la realidad americana. La poesía de Whitman es un gran sueño profético,
pero es un sueño dentro de otro sueño, una profecía dentro de otra aún más vasta y que la alimenta. América
se sueña en la poesía de Whitman porque ella misma es sueño. Y se sueña como realidad concreta, casi física,
con sus hombres, sus ríos, sus ciudades y sus montañas. Toda esa enorme masa de realidad se mueve con
ligereza, como si no pesara; y, en verdad, carece de peso histórico: es el futuro que está encarnando. La
realidad que canta Whitman es utópica. Y con esto no quiero decir que sea irreal o que sólo exista como idea,
sino que su esencia, aquella que la mueve, justifica y da sentido a su marcha, gravedad a sus movimientos, es
el futuro. Sueño dentro de un sueño, la poesía de Whitman es realista sólo por esto: su sueño es el sueño de la
realidad misma, que no tiene otra substancia que la de inventarse y soñarse. «Cuando soñamos que soñamos
—dice Novalis—, está próximo el despertar.» Whitman nunca tuvo conciencia de que soñaba y siempre se
creyó un poeta realista. Y lo fue, pero sólo en cuanto la realidad que cantó no era algo dado, sino una
substancia atravesada de parte a parte por el futuro. América se sueña en Whitman porque ella misma era
sueño, creación pura. Antes y después de Whitman hemos tenido otros sueños poéticos. Todos ellos —
llámese el soñador Poe o Darío, Melville o Dickinson— son más bien tentativas por escapar de la pesadilla
americana.
Manuscrito de Acwre de Stéphanc Mallarmc (1842—1898).
Lord George Byron (1788—1824)
Thomas Stearns Eliot (1888—1965)
Manuscrito de Arthur Rimh.uid (1854—1891).
Urízen, grabado de William Blake (1757—1827).
Walt Whitman (1819—1892)
Rubén Darío (Félil Rubén García S.,
John Kcats (1795—1821)
Charles Baudelairc (1821—1867)
Juan Ramón Jiménez (1881—1958)
Ezra Pound (1885—1972)
Víctor Hugo (1802—1885)

