Page 330 - El hombre ilustrado - Ray Bradbury
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la música y las bocinas. Imaginó otros ruidos: el
insidioso zumbido de las máquinas que preparaban
la levadura para engordar a los guerreros y hacerlos
desmemoriados y perezosos; las narcóticas voces
de las cavernas de los cines que acunaban y
acunaban a los marcianos, incansablemente,
incansablemente, hasta dormirlos de tal modo que
desde entonces vivirían como sonámbulos.
Al cabo de un año, ¿cuántos marcianos habrían
muerto enfermos del hígado, los riñones o el
corazón? ¿Cuántos se habrían suicidado?
Ettil se detuvo en medio de la desierta avenida.
Podía elegir: quedarse aquí, aceptar el empleo en el
estudio, presentarse todas las mañanas al trabajo,
como consejero técnico, y al cabo de un tiempo
decirle al productor que sí, de veras, había masacres
en Marte; sí, las mujeres eran altas y rubias; sí, había
danzas rituales y sacrificios; sí, sí, sí. O podía
meterse en un cohete y volver, solo, a Marte.
—Pero, ¿y el año próximo? —se dijo.
Inaugurarían en Marte el club nocturno del Canal
Azul, el casino de juegos de la Ciudad Antigua, en
la misma ciudad. ¡Sí, en una de las antiguas
ciudades de Marte! Tubos de neón, papeles sucios
entre las ruinas, picnics en los viejos cementerios…
todo eso, todo.
Pero no en seguida. Pronto llegaría a casa. Tylla
estaría esperándolo con su hijo, y durante un
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