Page 214 - Arcana Mundi - Elizabeth Bear
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dolor. El sabor de la sangre —fresca y coagulada— le
produce arcadas. El diamante le rasga las encías. La carne se
le amontona en el nudillo.
«No creo que pueda seguir».
—Esto ya ha ocurrido —le susurra el dios en el oído—.
Siempre está ocurriendo.
«No creo que no pueda».
Cuando tira de nuevo, más fuerte, se le desgarra el
nudillo, se despelleja, queda en carne viva. Con un nuevo
surtidor de sangre que sabe a algas, el anillo sale, queda libre
en su boca, a punto de ahogarla.
Dagmar lo escupe en la arena y grita.
El dios la ha dejado.
Dagmar está de pie en la ribera bajo el sol brillante, con
la mano izquierda acunada en su pecho, y observa el batir
de las largas olas añiles en el mar encrespado. Rojo
cayéndole del brazo, gotea por el codo, cae y salpica sobre la
orilla del mar. Arriba, los cuervos dan vueltas, en bandadas
y alianzas, espantando hasta a las más atrevidas gaviotas.
Sostiene el anillo en la mano derecha. Aprieta los dedos,
alza el puño. Un rápido tirón y el mar podría quedárselo.

