Page 646 - La Patrulla Del Tiempo - Poul Anderson
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Atanarico, rey de los godos del oeste, odiaba a Cristo.
Además de entregar ofrendas a los dioses de sus padres,
temía a la Iglesia como taimada agente del Imperio.
Dejadla roer lo suficiente, decía, y la gente se encontrará
doblando las rodillas ante los amos romanos. Por tanto,
enviaba hombres contra ella, frustraba a los familiares de
los cristianos asesinados cuando pretendían conseguir
una compensación y, finalmente, dictó leyes para la Gran
Asamblea que dejaban la posibilidad de matanzas tan
pronto como un acontecimiento calentase los ánimos. O
eso pensaba. Por su parte, los godos bautizados, que para
entonces ya no eran pocos, se reunieron y hablaron sobre
dejar que el Señor Dios de las Huestes decidiese el
resultado.
El obispo Ulfilas dijo que no era muy inteligente.
Admitía que los mártires se convertían en santos, pero era
el conjunto de los creyentes lo que mantenía la Palabra
viva sobre la Tierra. Buscó y consiguió el permiso de
Constantino para que su rebaño se trasladase a Mesia.
Guiándolos al otro lado del Danubio, se aseguró de que
se asentaban bajo las montañas Haemus. Allí se
convirtieron en un grupo pacífico de pastores y granjeros.
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