Page 13 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   13


           dirigiéndose ‐rodeado y protegido, desde luego, por su

           séquito  de  robots‐  a  la  finca  de  Ferris  Granville,  que


           quedaba al sur de la suya. Ferris tendría papel, pues la

           semana  pasada  le  había  dicho ‐¡santo  cielo!‐  por  el

           videoline  de  canal  abierto,  que  estaba  escribiendo  sus


           memorias.

              A saber lo que había que entender por memorias, en la

           Tierra de aquellos días.






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              Hora  de  acostarse.  El  reloj  así  lo  indicaba,  pero...


           suponiendo  que  se  hubiera  producido  un  fallo  de

           corriente,  como  sucedió  durante  casi  todo  un  día  la

           semana  anterior,  el  reloj  podía  estar  atrasado  varias


           horas.  En  realidad,  pensó  Nicholas  Saint‐James

           sombríamente,  ya  iba  siendo  hora  de  levantarse.  Así


           podía ser, en efecto. Y su metabolismo corporal, después

           de  tantos  años  de  vida  subterránea,  no  le  servía  de

           mucho.


              En el único cuarto de baño de su cubículo, el 67‐B del

           Tom  Mix,  se  oía  ruido  de  agua:  su  mujer  se  estaba

           duchando. Nicholas aprovechó la ocasión para registrar


           su  tocador  hasta  que  encontró  su  reloj  de  pulsera  y  lo

           consultó:  señalaba  la  misma  hora  que  el  suyo;  por

           consiguiente, debía ser aquélla. Y con todo, se sentía muy




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