Page 14 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad Philip K. Dick 14
espabilado. Era por lo de Maury Souza, que hacía presa
en él como un buitre y le martilleaba el cerebro. Así debe
sentirse uno, pensó, cuando contrae la peste de la bolsa,
cuando aquel virus invade el organismo y hace que la
cabeza se dilate hasta que estalla como una inflada bolsa
de papel. Quizás estoy enfermo, pensó. Enfermo de
verdad. Aún más que Souza. Y Maury Souza, el mecánico
jefe de su tanque‐hormiguero, que había cumplido ya los
setenta años, se estaba muriendo.
‐Ya he terminado ‐dijo Rita desde el cuarto de baño. Sin
embargo, la ducha no dejaba de funcionar y ella
continuaba allí‐. Quiero decir que puedes venir a lavarte
los dientes, o ponerlos en un vaso o hacer lo que se te
antoje.
«Lo que voy a hacer ‐pensó él‐ es pescar la peste de la
bolsa... probablemente el último robot averiado que
enviaron abajo no había sido bien esterilizado. O quizás
he pescado el mal del encogimiento hediondo», idea que
le produjo escalofríos, al imaginar que su cabeza, incluida
la cara, podía ir disminuyendo de tamaño, hasta quedar
reducida al tamaño de una canica.
‐Muy bien ‐dijo en tono meditabundo, poniéndose a
desatar los cordones de sus botas de trabajo. Sentía
necesidad de estar limpio; él también se ducharía, pese al
riguroso racionamiento de agua que actualmente
imperaba en el Tom Mix, y que había sido impuesto
precisamente por él. Cuando uno no se siente limpio, se
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