Page 15 - La Penúltima Verdad - Philip K. Dick
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La penúltima verdad                           Philip K. Dick   15


           dijo, está listo. Se puso a pensar en las muchas cosas que

           podían  convertirle  a  uno  en  un  ser  inmundo:  los  seres


           microscópicos que podían caer sobre ellos, llevados por

           un  descuidado  montón  de  piezas  mecánicas  que  no

           hubieran sido debidamente esterilizadas antes de tirarlas


           por el vertedero, lanzando así sobre los que estaban abajo

           más de cien kilos de materia contaminada; algo caliente y

           sucio  al  mismo  tiempo...  caliente  de  radiactividad  e


           infestado de gérmenes. «Magnífica combinación», se dijo.

              Desde el fondo de su mente, una voz volvió a decirle:

           Souza  se  está  muriendo:  ¿Puede  haber  algo  más


           importante? Porque la cuestión era saber cuánto tiempo

           sobrevivirían sin ese viejo gruñón.


              Aproximadamente  dos  semanas.  Porque  su  turno

           llegaba  dentro  de  quince  días.  Y  esta  vez,  para  mala

           suerte suya y de su tanque, el que vendría iba a ser uno


           de los agentes del Ministro del Interior Stanton Brose, no

           del  General  Holt.  Los  enviaban  por  rotación.  Era  un


           medio de poner coto a la corrupción, había dicho una vez

           la imagen de Yancy desde la gran pantalla.

              Cogiendo el audífono, marcó el número de la clínica del


           tanque.

              ‐¿Cómo está Souza?

              Al otro extremo de la línea, la doctora Carol Tigh, que


           dirigía la pequeña clínica, contestó:

              ‐No  ha  habido  variación.  Sigue  consciente.  Haga  el

           favor de venir; ha dicho que quiere hablar con usted.




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