Page 490 - Triton - Samuel R. Delany
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los  aseos  portátiles  a  rayas  (como  exóticas  cabinas

           realzaego), aguardaban a los trabajadores matutinos. Los


           destrozos  seguían  evocando  en  ella  mal  enfocados

           recuerdos de la excavación mongola; de alguna forma, la

           frase: «Los horrores de la guerra...» seguía dando vueltas


           por su mente, como el estribillo de alguna canción cuyas

           estrofas eran los asomos de destrucción que sus pupilas


           dilatadas  por  las  drogas  conseguían  enfocar  tras  su

           velada visión.

                Atravesó el paso inferior ‐la tira de luces había sido


           reparada: la nueva tira era más brillante que la antigua‐,

           y salió al otro lado frunciendo el ceño al escudo sensorial

           que, aquí y allá, por entre el violeta, resplandecía naranja,


           plata  y  azul.  La  pared  del  callejón,  un  palimpsesto  de

           carteles políticos y pintadas, había resultado dañada por

           la gravedad. Habían instalado ya un andamiaje. Varios


           trabajadores, con sus monos amarillos, estaban por los

           alrededores bebiendo bulbos de café.


                Uno de ellos la miró y sonrió (pero era también una

           mujer. Una pensaría que algo tenía que haber cambiado)

           mientras Bron se alejaba apresuradamente. Si su aspecto


           era igual a como se sentía, tenía suerte de haber obtenido

           una sonrisa.


                Los  horrores  de  la  guerra  cruzaron  su  mente  por

           millonésima vez. Notaba las piernas rígidas. Le habían

           asegurado  alegremente  que,  tan  pronto  como




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