Page 1088 - Anatema - Neal Stephenson
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de amplificación de sonido, pero pronto se acostumbró y


          se puso a decir los nombres de fras y sures. Lentamente, al

          principio  con  incertidumbre,  los  llamados  fueron

          levantándose  de  sus  asientos  y  recorriendo  los  pasillos


          entre las mesas. La conversación se detuvo un ratito, para

          luego ser retomada en un tono completamente diferente a

          medida que la gente exclamaba y elucubraba.


            —Vale —dije—, así que estás en un Lucub, en alguna sala

          de tiza, reunida con los líderes de célula más quisquillosos

          y revoltosos…


            —¡Que, por cierto, son maravillosos! —dijo Ala.

            —Ya  me  lo  imagino  —dije—.  Pero  todos  quieren


          profundizar más… a la vez que tú descubres que la pobre

          mujer de Antar sacrificó su vida…

            —Y lo que Orolo hizo por ella —me recordó.


            Y en ese punto Ala tuvo que dejar de hablar un momento,

          porque  la  pena  se  había  apoderado  de  ella  al  tener  la


          guardia baja. Observó, o fingió observar, a los avotos que

          regresaban a sus asientos, cada uno con una mochila al

          hombro y una especie de insignia colgando del cuello.


            —En cualquier caso —dijo, y paró para aclararse la voz,

          que se le había puesto algo ronca—, fue lo más extraño que

          haya  visto  nunca.  Pensaba  que  hablaríamos  hasta  el


          amanecer sin llegar a un consenso. Pero fue lo opuesto. El

          consenso  fue  inicial.  Todos  sabíamos  que  debíamos

          establecer contacto con la facción que hubiese enviado a la







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