Page 285 - Las Naves Del Tiempo - Stephen Baxter
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Llegamos a una tosca estación de tren. Pero
no era la estación que había utilizado en 1891
para ir de Richmond a Waterloo, a través de
Barnes; aquella nueva construcción estaba
lejos del centro de la ciudad, justo en Kew
Road. Y se trataba de una estación rara: no
había ventanillas de billetes o carteles de
destino, y la plataforma era un simple trozo
de cemento. Había una nueva línea
improvisada. Un tren nos esperaba: la
locomotora era un cacharro oscuro y viejo
que escupía humo tristemente por la caldera
llena de hollín, y había un solo vagón. No
había luces en la locomotora, ni ninguna
marca de la compañía de trenes.
El soldado Oldfield abrió la puerta del
vagón; era pesada y tenía un cierre de goma
alrededor del borde. Los ojos de Oldfield,
visibles tras las gafas, miraban de un lado a
otro. ¡Richmond, en una soleada tarde de
1938, no era un lugar seguro!
El vagón era austero: tenía filas de bancos de
madera —eso era todo—, ningún
recubrimiento ni adorno. Estaba pintado de
un tono marrón aburrido, sin personalidad.
Las ventanillas estaban selladas, y tenían
persianas para cubrirlas.
Nos acomodamos derechos unos frente a
otros. El calor en el interior del vagón era
sofocante.
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