Page 157 - La muerte de Artemio Cruz
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ambas alrededor del campo común de su peso... Se moverá toda la corte del sol dentro
                  de  su  cinturón  blanco  y  el  reguero  de  pólvora  líquida  se  moverá  frente  a  los
                  conglomerados externos, en tomo de esta bóveda clara de la noche tropical, en la danza
                  perpetua de dedos entrelazados, en el diálogo sin dirección y fronteras del universo... y
                  la luz parpadeante te seguirá bañando, a ti, al llano, a la montaña con una constancia
                  ajena al movimiento de la estrella y al girar de la tierra, el satélite, el astro, la galaxia, la
                  nebulosa; ajenas a las fricciones, las cohesiones y los movimientos elásticos que unen y
                  prensan la fuerza del mundo, de la roca, de tus propias manos unidas esa noche en una
                  primera exclamación de asombro... Querrás fijar la vista en una sola estrella y recoger
                  toda su luz, esa luz fría, invisible como el color más ancho de la luz del sol... pero esa
                  luz no se deja sentir sobre la piel... Guiñarás los ojos y en la noche como en el día no
                  podrás ver el verdadero color del mundo, prohibido a los ojos del hombre... Te perderás,
                  distraído, en la contemplación de la luz blanca que penetrará en tu pupila con su ritmo
                  tajado y discontinuo... Desde todos sus manantiales, toda la luz del universo iniciará su
                  carrera veloz y curva, doblándose sobre la presencia fugaz de los cuerpos dormidos del
                  propio universo... A través de la concentración móvil de lo tangible, los arcos de luz se
                  ceñirán, se separarán y crearán en su permanencia veloz el contorno total, el armazón...
                  Sentirás llegar las luces y al mismo tiempo... cercanos los sabores nimios de la montaña
                  y el llano: el arrayán y la papaya, el huele-de-noche y el tabachín, la piña de palo y el
                  laureltulipán, la vainilla y el tecotehue, la violeta cimarrona, la mimosa, la flor de tigre...
                  las verás claramente retroceder, cada vez más al fondo, en un reflujo mareante de las
                  islas heladas... cada vez más lejos de la primera apertura y del primer estallido... Correrá
                  la luz hacia tus ojos; correrá al mismo tiempo hacia el borde más lejano del espacio...
                  Clavarás las manos en el asiento de roca y cerrarás los ojos... Volverás a escuchar el
                  rumor  cercano  de  las  cigarras,  el  balido  de  una  tropa  descarriada...  Todo  parecerá
                  marchar,  en  ese  instante  de  ojos  cerrados,  a  un tiempo,  hacia  adelante,  hacia  atrás  y
                  hacia  el  suelo  que  lo  sostiene...  ese  zopilote  que  vuela  atado  a  la  atracción  del  más
                  hondo  recodo  del  río  veracruzano  y  que  después  se  posará  en  la  inmovilidad  de  un
                  peñasco, pronto a levantar el vuelo que cortará, en ondas oscuras, la pareja insistencia
                  de las estrellas... Y tú nada sentirás... Nada parecería moverse en la noche: ni siquiera el
                  zopilote interrumpirá la quietud... La carrera, el girar, la agitación infinita del universo
                  no  se  sentirán  en  tus  ojos,  en  tus  pies,  en  tu  cuello  quietos...  Contemplarás  la  tierra
                  dormida... Toda la tierra:  rocas  y vetas minerales, masa  de la montaña,  densidad del
                  campo  arado,  corriente  del  río,  hombres  y  casas,  bestias  y  aves,  capas  ignoradas  del
                  fuego subterráneo, se opondrán al movimiento irreversible e imperturbable pero no lo
                  resistirán... Tú jugarás con un pedrusco, esperando la llegada de Lunero y la mula: lo
                  arrojarás por la pendiente para que alcance un minuto de vida propia, veloz, enérgica:
                  pequeño sol errante, breve calidoscopio de luces dobles... Casi tan rápido como la luz
                  que lo contrasta; en seguida, grano perdido al pie de la montaña, mientras la iluminación
                  de las estrellas sigue corriendo desde su origen, con la rapidez imperceptible y total...
                  Tu vista se perderá en ese precipicio lateral por donde la piedra ha rodado... Apoyarás la
                  barbilla en el puño y tu perfil se recortará sobre la línea del horizonte nocturno... Serás
                  ese nuevo elemento del paisaje que pronto desaparecerá para buscar, del otro lado de la
                  montaña, el futuro incierto de su vida... Pero ya, aquí, la vida empezará a ser lo próximo
                  y  dejará  de  ser  lo  pasado...  La  inocencia  morirá,  no  a  manos  de  la  culpa,  sino  del
                  asombro amoroso... Tan alto, tan alto, nunca habías estado... Las cruces de la anchura
                  nunca las habías visto... La cercanía acostumbrada del mundo pegado al río será sólo
                  una  proporción  de  esta  inmensidad  insospechada...  Y  no  te  sentirás  pequeño  al
                  contemplar y contemplar, en ese ocio sereno de la incertidumbre, los lejanos cúmulos de

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