Page 156 - La muerte de Artemio Cruz
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pubis... no lo aguanto... grito... debo gritar... me sujetan... los brazos... los hombros...
                  grito que me dejen... me dejen morir en paz... no me toquen... no tolero que me toquen...
                  ese  estómago  inflamado...  sensitivo...  como  un  ojo  llagado...  no  tolero...  no  sé...  me
                  detienen... me apoyan... no se mueven mis intestinos... no se mueven, ahora lo siento,
                  ahora lo sé... los gases abultan, no salen, paralizan... no fluyen esos líquidos que debían
                  fluir,  ya no fluyen... me hinchan... lo  sé... no tengo temperatura... lo  sé... no sé para
                  dónde  moverme,  a  quién  pedir  auxilio,  dirección,  para  levantarme  y  andar...  pujo...
                  pujo... no llega la sangre... sé que no llega a donde debía llegar... debía salirme sangre
                  por  la  boca...  por  el  ano...  no  sale...  no  saben...  adivinan...  me  palpan...  palpan  mi
                  corazón acelerado... tocan mi muñeca sin  pulso... me doblo...  me doblo  en dos...  me
                  toman  de  los  sobacos...  me  duermo...  me  recuestan...  me  doblo...  me  duermo...  les
                  digo... debo decirles antes de dormirme... les digo... no sé quiénes son... —Cruzamos el
                  río... a caballo... huelo mi propio aliento... fétido... me recuestan... se abre la puerta... se
                  abren las ventanas... corro... me empujan... veo  el  cielo... veo las  luces  borradas  que
                  pasan frente a mi vista... toco... huelo... veo... gusto... oigo... me llevan... paso junto...
                  junto... por un corredor... decorado... me llevan... paso junto tocando, oliendo, gustando,
                  viendo, oliendo las tallas suntuosas —las taraceas opulentas— las molduras de yeso y
                  oro—  las  cajoneras  de  hueso  y  carey  —las  chapas  y  aldabas—  los  cofres  con
                  cuarterones y bocallaves de hierro —los olorosos escaños de ayacahuite— las sillerías
                  del coro —los copetes y faldones barrocos— los respaldos combados— los travesaños
                  torneados —los mascarones policromos— los tachones de bronce— los cueros labrados
                  —las patas cabriolas de garra y bola— los sillones de damasco —las casullas de hilo de
                  plata— los sofás de terciopelo— las mesas de refectorio— los cilindros y las ánforas—
                  los tableros biselados —las camas de baldaquín y lienzo— los postes estriados —los
                  escudos y orlas— los tapetes de merino —las llaves de fierro —los óleos cuarteados —
                  las  sedas  y  cachemiras—  las  lanas  y  las  tafetas  —los  cristales  y  los  candiles—  las
                  vajillas pintadas a mano —las vigas calurosas— eso no lo tocarán... eso no será suyo...
                  los párpados... hay que abrir los párpados... que abran las ventanas... ruedo... las manos
                  grandes...  los  pies  enormes...  duermo...  las  luces  que  pasan  frente  a  mis  párpados
                  abiertos... las luces del cielo... abran las estrellas... no sé...



                      TÚ estarás allí, en las primeras cimas del monte que a tus espaldas ganará en altura
                  y  respiración...  A  tus  pies,  descenderá  la  ladera  envuelta  aún  en  ramas  frondosas  y
                  chirreos  nocturnos, hasta diluirse en el  llano tropical,  tapete  azul  de la  noche que se
                  levantará  redonda  y  envolvente...  Te  detendrás  en  la  primera  plataforma  de  la  roca,
                  perdido en la incomprensión agitada de lo que ha sucedido, del fin de una vida que en
                  secreto creíste eterna... La vida de la choza enredada en flores de campana, del baño y la
                  pesca en el río, del trabajo con la cera de arrayán, de la compañía del mulato Lunero...
                  Pero frente a tu convulsión interna... un alfiler en la memoria, otro en la intuición del
                  porvenir...  se  abrirá  este  nuevo  mundo  de  la  noche  y  la  montaña  y  su  luz  oscura
                  empezará a abrirse paso en los ojos, nuevos también y teñidos de lo que ha dejado de ser
                  vida para convertirse en recuerdo, de un niño que ahora pertenecerá a lo indomable, a lo
                  ajeno a las fuerzas propias, a la anchura de la tierra... Liberado de la fatalidad de un sitio
                  y un nacimiento... esclavizado a otro destino, el nuevo, el desconocido, el que se cierne
                  detrás de la sierra iluminada por las estrellas. Sentado, recuperando el aliento, te abrirás
                  al vasto panorama inmediato: la luz del cielo apretado de estrellas te llegará pareja y
                  permanentemente... Girará la tierra en su carrera uniforme sobre un eje propio y un sol
                  maestro...  girarán  la  tierra  y  la  luna  alrededor  de  sí  mismas  y  del  cuerpo  opuesto  y

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