Page 159 - La muerte de Artemio Cruz
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amigo de un mulato olvidado... Tú serás el nombre del mundo... Tú escucharás el aooo
prolongado de Lunero... Tú comprometes la existencia de todo el fresco infinito, sin
fondo, del universo... Tú escucharás las herraduras sobre la roca... En ti se tocan la
estrella y la tierra... Tú escucharás el disparo del fusil detrás del grito de Lunero... Sobre
tu cabeza caerán, como si regresaran de un viaje sin origen ni fin en el tiempo, las
promesas de amor y soledad, de odio y esfuerzo, de violencia y ternura, de amistad y
desencanto, de tiempo y olvido, de inocencia y asombro... Tú escucharás el silencio de
la noche, sin el grito de Lunero, sin el eco de las herraduras... En tu corazón, abierto a la
vida, esta noche; en tu corazón abierto...
(1889 — Abril 9)
ÉL recogido sobre sí mismo, en el centro de esas contracciones, él, con la cabeza
oscura de sangre, colgando, detenido por los hilos más tenues: abierto a la vida, por fin.
Lunero detuvo los brazos de Isabel Cruz o Cruz Isabel, su hermana, cerró los ojos para
no ver lo que pasaba entre las piernas abiertas de su hermana. Le preguntó, con el rostro
encendido: —¿Contaste los días? y ella no pudo contestar porque gritaba, gritaba hacia
adentro, con los labios cerrados, los dientes apretados y sentía que la cabeza asomaba
ya, ya venía mientras Lunero la detenía de los hombros, sólo Lunero, con la vasija de
agua hirviendo sobre el fuego, la navaja y los trapos listos y él salía entre las piernas,
salía empujado por las contracciones del vientre, cada vez más seguidas y Lunero debía
soltar los hombros de Cruz Isabel, Isabel Cruz, arrodillarse entre las piernas abiertas,
recibir esa cabeza húmeda negra, el pequeño cuerpo pegajoso, atado a Cruz Isabel,
Isabel Cruz, el pequeño cuerpo separado al fin, recibido por las manos de Lunero, ahora
que la mujer dejaba de gemir, respiraba, dejaba escapar un aliento grueso, se secaba con
las palmas blancas el sudor del rostro, buscaba, lo buscaba, alargaba los brazos: Lunero
cortó el cordón, amarró el cabo, lavó el cuerpo, el rostro, lo acarició, lo besó, quiso
entregarlo a su hermana pero Isabel Cruz, Cruz Isabel ya gemía con una nueva
contracción y se acercaban las botas a la choza donde yacía la mujer sobre la tierra
suelta, bajo el techo de palmas, se acercaban las botas y Lunero detenía boca abajo ese
cuerpo, le pegaba con la palma abierta para que llorara, llorara mientras se acercaban las
botas: lloró: él lloró y empezó a vivir...
YO no sé... no sé... si él soy yo... si tú fue él... si yo soy los tres... Tú... te traigo
dentro de mí y vas a morir conmigo... Dios... Él... lo traje adentro y va a morir
conmigo... los tres... que hablaron... Yo... lo traeré adentro y morirá conmigo... sólo...
TÚ ya no sabrás: no conocerás tu corazón abierto, esta noche, tu corazón abierto...
Dicen —Bisturí, bisturí... Yo sí lo escucho, yo que sigo sabiendo cuando tú ya no sabes,
antes de que tú sepas... yo que fui él, seré tú... yo escucho, en el fondo del cristal, detrás
del espejo, al fondo, debajo, encima de ti y de él... —Bisturí... te abren... te cauterizan...
te abren las paredes abdominales... las separa el cuchillo delgado, frío, exacto...
encuentran ese líquido en el vientre... separan tu fosa iliaca... encuentran ese paquete de
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