Page 92 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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aprehensión inmediata del fluir de la realidad, sino una racionalización del transcurrir.
                     La dicotomía anterior se expresa en la oposición entre Historia y Mito, o Historia y Poesía. El
                  tiempo del Mito, como el de la fiesta religiosa, o el de los cuentos infantiles, no tiene fechas: "Hubo
                  una vez...", "En la época en que los animales hablaban...", "En el principio...". Y ese Principio —
                  que no es el año tal ni el día tal— contiene todos los principios y nos introduce en el tiempo vivo,
                  en donde de veras todo principia todos los instantes. Por virtud del rito, que realiza y reproduce el
                  relato mítico, de la poesía y del cuento de  hadas, el hombre accede a un mundo en donde los
                  contrarios se funden. "Todos los rituales tienen la propiedad de acaecer en el ahora, en este
                  instante." Cada poema que leemos es una recreación, quiero decir: una ceremonia ritual, una Fiesta.
                  El Teatro y la Épica son también Fiestas, ceremonias. En la representación teatral como en la
                  recitación poética, el tiempo ordinario deja de fluir, cede el sitio al tiempo original. Gracias a la
                  participación, ese tiempo mítico, original, padre de todos los tiempos que enmascaran a la realidad,
                  coincide con nuestro tiempo interior, subjetivo. El hombre, prisionero de la sucesión, rompe su
                  invisible cárcel de tiempo y accede al tiempo vivo: la subjetividad se identifica al fin con el tiempo
                  exterior, porque éste ha dejado de ser medición espacial y se ha convertido en manantial, en
                  presente puro, que se recrea sin cesar. Por obra del Mito y de la Fiesta —secular o religiosa— el
                  hombre rompe su soledad y vuelve a ser uno con la creación. Y así, el Mito —disfrazado, oculto,
                  escondido— reaparece en casi todos los actos de nuestra vida e interviene decisivamente en nuestra
                  Historia: nos abre las puertas de la comunión.

                     EL HOMBRE contemporáneo ha racionalizado los Mitos, pero no ha podido destruirlos. Muchas de
                  nuestras verdades científicas, como la mayor parte de nuestras concepciones morales, políticas y
                  filosóficas, sólo son nuevas expresiones de tendencias que antes encarnaron en formas míticas. El
                  lenguaje racional de nuestro tiempo encubre apenas a los antiguos Mitos. La Utopía, y especial-
                  mente las modernas utopías políticas, expresan con violencia concentrada, a pesar de los esquemas
                  racionales que las enmascaran, esa tendencia que lleva a toda sociedad a imaginar una edad de oro
                  de la que el grupo social fue arrancado y a la que volverán los hombres el Día de Días. Las fiestas
                  modernas —reuniones políticas, desfiles, manifestaciones y demás actos rituales— prefiguran al
                  advenimiento de ese día de Redención. Todos esperan que la sociedad vuelva a su libertad original
                  y los hombres a su primitiva pureza. Entonces la Historia cesará. El tiempo (la duda, la elección
                  forzada entre lo bueno y lo malo, entre lo injusto y lo justo, entre lo real y lo imaginario) dejará de
                  triturarnos. Volverá el reino del presente fijo, de la comunión perpetua: la realidad arrojará sus
                  máscaras y podremos al fin conocerla y conocer a nuestros semejantes.
                     Toda sociedad moribunda o en trance de esterilidad tiende a salvarse creando un mito de
                  redención, que es también un mito de fertilidad, de creación. Soledad y pecado se resuelven en
                  comunión y fertilidad. La sociedad que vivimos ahora también ha engendrado su mito. La
                  esterilidad del mundo burgués desemboca en el suicidio o en una nueva Forma de participación
                  creadora. Tal es, para decirlo con la frase de Ortega y Gasset, el "tema de nuestro tiempo": la
                  sustancia de nuestros sueños y el sentido de nuestros actos.
                     El hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nos
                  ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplican
                  las cámaras de tortura. Al salir, acaso, descubriremos que habíamos soñado con los ojos abiertos y
                  que los sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez con los ojos
                  cerrados.














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