Page 88 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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preceptos de la moral dominante, coinciden con los deseos y necesidades de los hombres que la
componen. Otras, contradicen las aspiraciones de fragmentos o clases importantes. Y no es raro que
nieguen los instintos más profundos del hombre. Cuando esto último ocurre, la sociedad vive una
época de crisis: estalla o se estanca. Sus componentes dejan de ser hombres y se convierten en
simples instrumentos desalmados.
El dualismo inherente a toda sociedad, y que toda sociedad aspira a resolver transformándose en
comunidad, se expresa en nuestro tiempo de muchas maneras: lo bueno y lo malo, lo permitido y lo
prohibido; lo ideal y lo real, lo racional y lo irracional; lo bello y lo feo; el sueño y la vigilia, los
pobres y los ricos, los burgueses y los proletarios; la inocencia y la conciencia, la imaginación y el
pensamiento. Por un movimiento irresistible de su propio ser, la sociedad tiende a superar este
dualismo y a transformar el conjunto de solitarias enemistades que la componen en un orden
armonioso. Pero la sociedad moderna pretende resolver su dualismo mediante la supresión de esa
dialéctica de la soledad que hace posible el amor. Las sociedades industriales —independientemen-
te de sus diferencias "ideológicas", políticas o económicas— se empeñan en transformar las
diferencias cualitativas, es decir: humanas, en uniformidades cuantitativas. Los métodos de la
producción en masa se aplican también a la moral, al arte y a los sentimientos. Abolición de las
contradicciones y de las excepciones... Se cierran así las vías de acceso a la experiencia más honda
que la vida ofrece al hombre y que consiste en penetrar la realidad como una totalidad en la que los
contrarios pactan. Los nuevos poderes abolen la soledad por decreto. Y con ella al amor, forma
clandestina y heroica de la comunión. Defender el amor ha sido siempre una actividad antisocial y
peligrosa. Y ahora empieza a ser de verdad revolucionaria. La situación del amor en nuestro tiempo
revela cómo la dialéctica de la soledad, en su más profunda manifestación, tiende a frustrarse por
obra de la misma sociedad. Nuestra vida social niega casi siempre toda posibilidad de auténtica
comunión erótica.
EL AMOR es uno de los más claros ejemplos de ese doble instinto que nos lleva a cavar y ahondar
en nosotros mismos y, simultáneamente, a salir de nosotros y realizarnos en otro: muerte y
recreación, soledad y comunión. Pero no es el único. Hay en la vida de cada hombre una serie de
períodos que son también rupturas y reuniones, separaciones y reconciliaciones. Cada una de estas
etapas es una tentativa por trascender nuestra soledad, seguida por inmersiones en ambientes
extraños.
El niño se enfrenta a una realidad irreductible a su ser y a cuyos estímulos no responde al
principio sino con llanto o silencio. Roto el cordón que lo unía a la vida, trata de recrearlo por
medio de la afectividad y el juego. Inicia así un diálogo que no terminará sino hasta que recite el
monólogo de su muerte. Pero sus relaciones con el exterior no son ya pasivas, como en la vida
prenatal, pues el mundo le exige una respuesta. La realidad debe ser poblada por sus actos. Gracias
al juego y a la imaginación, la naturaleza inerte de los adultos —una silla, un libro, un objeto
cualquiera— adquiere de pronto vida propia. Por la virtud mágica del lenguaje o del gesto, del
símbolo o del acto, el niño crea un mundo viviente, en el que los objetos son capaces de responder a
sus preguntas. El lenguaje, desnudo de sus significaciones intelectuales, deja de ser un conjunto de
signos y vuelve a ser un delicado organismo de imantación mágica. No hay distancia entre el
nombre y la cosa y pronunciar una palabra es poner en movimiento a la realidad que designa. La
representación equivale a una verdadera reproducción del objeto, del mismo modo que para el
primitivo la escultura no es una representación sino un doble del objeto representado. Hablar vuelve
a ser una actividad creadora de realidades, esto es, una actividad poética. El niño, por virtud de la
magia, crea un mundo a su imagen y resuelve así su soledad. Vuelve a ser uno con su ambiente. El
conflicto renace cuando el niño deja de creer en el poder de sus palabras o de sus gestos. La con-
ciencia principia como desconfianza en la eficacia mágica de nuestros instrumentos.
La adolescencia es ruptura con el mundo infantil y momento de pausa ante el universo de los
adultos. Spranger señala a la soledad como nota distintiva de la adolescencia. Narciso, el solitario,
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