Page 89 - 20 LABERINTO DE LA SOLEDAD--OCTAVIO PAZ
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es la imagen misma del adolescente. En este período el hombre adquiere por primera vez conciencia
de su singularidad. Pero la dialéctica de los sentimientos interviene nuevamente: en tanto que
extrema conciencia de sí, la adolescencia no puede ser superada sino como olvido de sí, como
entrega. Por eso la adolescencia no es sólo la edad de la soledad, sino también la época de los
grandes amores, del heroísmo y del sacrificio. Con razón el pueblo imagina al héroe y al amante
como figuras adolescentes. La visión del adolescente como un solitario, encerrado en sí mismo,
devorado por el deseo o la timidez, se resuelve casi siempre en la bandada de jóvenes que bailan,
cantan o marchan en grupo. O en la pareja paseando bajo el arco de verdor de la calzada. El
adolescente se abre al mundo: al amor, a la acción, a la amistad, al deporte, al heroísmo. La
literatura de los pueblos modernos —con la significativa excepción de la española, en donde no
aparecen sino como picaros o huérfanos— está poblada de adolescentes, solitarios en busca de la
comunión: del anillo, de la espada, de la Visión. La adolescencia es una vela de armas de la que se
sale al mundo de los hechos.
La madurez no es etapa de soledad. El hombre, en lucha con los hombres o con las cosas, se
olvida de sí en el trabajo, en la creación o en la construcción de objetos, ideas e instituciones. Su
conciencia personal se une a otras: el tiempo adquiere sentido y fin, es historia, relación viviente y
significativa con un pasado y un futuro. En verdad, nuestra singularidad —que brota de nuestra
temporalidad, de nuestra fatal inserción en un tiempo que es nosotros mismos y que al alimentarnos
nos devora —no queda abolida, pero sí atenuada y, en cierto modo, "redimida". Nuestra existencia
particular se inserta en la historia y ésta se convierte, para emplear la expresión de Eliot, en "a
pattern of timeless moments". Así, el hombre maduro atacado del mal de soledad constituye en
épocas fecundas una anomalía. La frecuencia con que ahora se encuentra a esta clase de solitarios
indica la gravedad de nuestros males. En la época del trabajo en común, de los cantos en común, de
los placeres en común, el hombre está más solo que nunca. El hombre moderno no se entrega a nada
de lo que hace. Siempre una parte de sí, la más profunda, permanece intacta y alerta. En el siglo de
la acción, el hombre se espía. El trabajo, único dios moderno, ha cesado de ser creador. El trabajo
sin fin, infinito, corresponde a la vida sin finalidad de la sociedad moderna. Y la soledad que
engendra, soledad promiscua de los hoteles, de las oficinas, de los talleres y de los cines, no es una
prueba que afine el alma, un necesario purgatorio. Es una condenación total, espejo de un mundo
sin salida.
EL DOBLE significado de la sociedad —ruptura con un mundo y tentativa por crear otro— se
manifiesta en nuestra concepción de héroes, santos y redentores. El mito, la biografía, la historia y
el poema registran un período de soledad y de retiro, situado casi siempre en la primera juventud,
que precede a la vuelta al mundo y a la acción entre los hombres. Años de preparación y de estudio,
pero sobre todo años de sacrificio y penitencia, de examen, de expiación y de purificación. La
soledad es ruptura con un mundo caduco y preparación para el regreso y la lucha final. Arnold
Toynbee ilustra esta idea con numerosos ejemplos: el mito de la cueva de Platón, las vidas de San
Pablo, Buda, Mahoma, Maquiavelo, Dante. Y todos, en nuestra propia vida y dentro de las
limitaciones de nuestra pequeñez, también hemos vivido en soledad y apartamiento, para
purificarnos y luego regresar entre los nuestros.
La dialéctica de la soledad —"the twofold motion of withdrawal-and-return", según Toynbee—
se dibuja con claridad en la historia de todos los pueblos. Quizá las sociedades antiguas, más
simples que las nuestras, ilustran mejor este doble movimiento.
No es difícil imaginar hasta qué punto la soledad constituye un estado peligroso y temible para el
llamado, con tanta vanidad como inexactitud, hombre primitivo. Todo el complicado y rígido
sistema de prohibiciones, reglas y ritos de la cultura arcaica, tiende a preservarlo de la soledad. El
grupo es la única fuente de salud. El solitario es un enfermo, una rama muerta que hay que cortar y
quemar, pues la sociedad misma peligra si alguno de sus componentes es presa del mal. La
repetición de actitudes y fórmulas seculares no solamente asegura la permanencia del grupo en el
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