Page 128 - A orillas del río Piedra me senté y lloré
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Escribí durante un día, y otro, y otro más. Todas las mañanas iba a la
orilla del río Piedra. Siempre, al atardecer, la mujer se acercaba, me cogía del
brazo y me llevaba a su habitación del antiguo convento.
Lavaba mis ropas, preparaba la cena, charlaba de cosas sin importancia
y me metía en la cama.
Cierta mañana, cuando ya estaba llegando al final del manuscrito, oí el
ruido de un coche. El corazón me saltó en el pecho, pero no quería creer lo que
me decía. Ya me sentía libre de todo, y estaba preparada para volver al mundo
y formar parte de él.
Lo más difícil ya había pasado, aunque quedase la nostalgia.
Pero mi corazón no se equivocaba. Sin levantar los ojos del manuscrito,
sentí su presencia y el sonido de sus pasos.
— Pilar —dijo, sentándose a mi lado.
Yo no respondí. Seguí escribiendo, pero ya no podía coordinar los pen-
samientos. Mi corazón daba brincos, tratando de liberarse de mi pecho y correr
al encuentro de él. Pero yo no le dejaba.
Él se quedó allí sentado, mirando el río, mientras yo escribía sin parar.
Pasamos así toda la mañana —sin decir una palabra, y me acordé del silencio
de una noche, junto a una fuente, donde de repente entendí que lo amaba.
Cuando mi mano no aguantó más del cansancio, me detuve un poco.
Entonces él habló.
— Estaba oscuro cuando salí de la caverna, y no logré encontrarte. En-
tonces fui hasta Zaragoza —dijo—. Y fui hasta Soria. Y recorrería el mundo
entero siguiéndote. Decidí volver al monasterio de Piedra para ver si encontra-
ba alguna pista, y encontré a una mujer.
»Ella me indicó dónde estabas. Y me dijo que me habías esperado todos
estos días.
Los ojos se me llenaron de lágrimas.
— Me quedaré sentado a tu lado mientras estés aquí junto al río. Y si te
vas a dormir, dormiré delante de tu casa. Y si viajas lejos, te seguiré los pasos.
»Hasta que me digas: vete. Entonces me iré. Pero te amaré por el resto
de mi vida.
Yo ya no podía ocultar el llanto. Vi que él también lloraba.
— Quiero que sepas una cosa… —dijo.
— No digas nada. Lee —respondí, dándole los papeles que tenía en el
regazo.

