Page 14 - 13 EL MERCADER DE VENECIA--WILLIAM SHAKESPEARE
P. 14

algunas cortezas de árboles, y mientras verificaban el acto de la
                             reproducción las presentaba a las ovejas lascivas, que concebían en
                             aquel momento, y en la época de parir daban a luz corderos de
                             diversos colores, que pasaban a poder de Jacob. Esta era una manera
                             de prosperar, y fue bendecida su ganancia, pues la ganancia es una
                             bendición cuando no se roba.
                             ANTONIO.-  Eso era una especie de casualidad, señor, sobre la que
                             Jacob aventuraba sus servicios; una cosa que no estaba en sus manos
                             obtener, sino que se hallaba regulada y determinada por la mano de
                             Dios. Pero esta historia, ¿se ha estampado jamás en la Escritura
                             para justificar la usura? ¿Vuestro oro y vuestra plata son ovejas y
                             moruecos?
                             SHYLOCK.-  No os lo puedo decir; les hago reproducirse todo lo
                             posible; mas tomad buena nota de lo que digo, señor.
                             ANTONIO.-  Fijaos en esto, Bassanio: el demonio puede citar la
                             Escritura para justificar sus designios. Un alma perversa que apela
                             a testimonios sagrados es como un bellaco de risueño semblante, como
                             una hermosa manzana de corazón podrido. ¡Oh, qué bello exterior
                             puede revestir la falsedad!
                             SHYLOCK.-  Tres mil ducados es una suma bastante redonda. Tres meses
                             de doce; veamos; el interés...
                             ANTONIO.-  Bueno, Shylock, ¿quedaremos obligados a vos?
                             SHYLOCK.-  Signior Antonio, veces y veces, en el Rialto, me habéis
                             maltratado a propósito de mi dinero y de los intereses que le hago
                             producir; sin embargo, he soportado ello con paciente encogimiento
                             de hombros, porque la resignación es la virtud característica de
                             toda nuestra raza. Me habéis llamado descreído, perro malhechor, y
                             me habéis escupido sobre mi gabardina de judío, todo por el uso que
                             he hecho de lo que me pertenece. Muy bien; pero parece ser que ahora
                             tenéis necesidad de mi ayuda; venís a mí y me decís: «Shylock,
                             tendríamos necesidad de dinero». Y me lo decís vos, vos, que habéis
                             expelido vuestra saliva sobre mi barba y me habéis echado a
                             puntapiés, como echaríais de vuestro umbral a un perro vagabundo.
                             Pedís dinero. ¿Qué debo contestaros? ¿No debería responderos: «Es
                             que un perro tiene dinero? ¿Es posible que un mastín preste tres mil
                             ducados?» O bien, inclinándome servilmente, y en tono de un esclavo,
                             con el aliento retenido y una humildad de susurro, deciros así:
                             «Arrogante señor, habéis escupido sobre mí el miércoles último; me
                             habéis arrojado con el pie tal día; en otra ocasión me llamasteis
                             dogo, y por todas esas cortesías, ¿voy a prestaros tanto dinero?»
                             ANTONIO.-  Me dan ganas de llamarte otra vez lo mismo, de escupirte
                             de nuevo y de darte también de puntapiés. Si quieres prestar ese
                             dinero, préstalo, no como a tus amigos, pues ¿se ha visto alguna vez
                             que la amistad haya exigido de un amigo sacrificios de un estéril
                             pedazo de metal?, sino préstalo como a tus enemigos, de quienes
                             podrás obtener más fácilmente castigo si faltan a su palabra.
                             SHYLOCK.-  ¡Vaya, mirad, cómo os amostazáis! Quisiera hacer pacto de
                             amistad, ganar vuestro afecto, olvidar los ultrajes con que me
                             habéis mancillado, subvenir a vuestras necesidades presentes, sin
                             tomar algún interés por mi dinero, y no queréis escucharme; mi
   9   10   11   12   13   14   15   16   17   18   19