Page 24 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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el deseo entra en acción: no compara ni muestra semejanzas sino que revela —y más: provoca— la identidad
última de objetos que nos parecían irreductibles.
Entonces, ¿en qué sentido nos parece verdadera la idea de Aristóteles? En el de ser la poesía una
reproducción imitativa, si se entiende por esto que el poeta recrea arquetipos, en la acepción más antigua de
la palabra: modelos, mitos. Aun el poeta lírico al recrear su experiencia convoca un pasado que es un futuro.
No es paradoja afirmar que el poeta —como los niños, los primitivos y, en suma, como todos les hombres
cuando dan rienda suelta a su tendencia más profunda y natural— es un imitador de profesión. Esa imitación
es creación original: evocación, resurrección y recreación de algo que está en el origen de los tiempos y en el
fondo de cada hombre, algo que se confunde con el tiempo mismo y con nosotros, y que siendo de todos es
también único y singular. El ritmo poético es la actualización de ese pasado que es un futuro que es un
presente: nosotros mismos. La frase poética es tiempo vivo, concreto: es ritmo, tiempo original,
perpetuamente recreándose. Continuo renacer y remorir y renacer de nuevo. La unidad de la frase, que en la
prosa se da por el sentido o significación, en el poema se logra por gracia del ritmo. La coherencia poética,
por tanto, debe ser de orden distinto a la prosa. La frase rítmica nos lleva así al examen de su sentido. Sin
embargo, antes de estudiar cómo se logra la unidad significativa de la frase poética, es necesario ver más de
cerca las relaciones entre verso y prosa.
Verso y prosa
El ritmo no solamente es el elemento más antiguo y permanente del lenguaje, sino que no es difícil que sea
anterior al habla misma. En cierto sentido puede decirse que el lenguaje nace del ritmo; o, al menos, que todo
ritmo implica o prefigura un lenguaje. Así, todas las expresiones verbales son ritmo, sin excluir las formas
más abstractas o didácticas de la prosa. ¿Cómo distinguir, entonces, prosa y poema? De este modo: el ritmo
se da espontáneamente en toda forma verbal, pero sólo en el poema se manifiesta plenamente. Sin ritmo, no
hay poema; sólo con él, no hay prosa. El ritmo es condición del poema, en tanto que es inesencial para la
prosa. Por la violencia de la razón las palabras se desprenden del ritmo; esa violencia racional sostiene en
vilo la prosa, impidiéndole caer en la corriente del habla en donde no rigen las leyes del discurso sino las de
atracción y repulsión. Mas este desarraigo nunca es total, porque entonces el lenguaje se extinguiría. Y con
él, el pensamiento mismo. El lenguaje, por propia inclinación, tiende a ser ritmo. Como si obedeciesen a una
misteriosa ley de gravedad, las palabras vuelven a la poesía espontáneamente. En el fondo de toda prosa
circula, más o menos adelgazada por las exigencias del discurso, la invisible corriente rítmica. Y el
pensamiento, en la medida en que es lenguaje, sufre la misma fascinación. Dejar al pensamiento en libertad,
divagar, es regresar al ritmo; las razones se transforman en correspondencias, los silogismos en analogías y la
marcha intelectual en fluir de imágenes. Pero el prosista busca la coherencia y la claridad conceptual. Por eso
se resiste a la corriente rítmica que, fatalmente, tiende a manifestarse en imágenes y no en conceptos.
La prosa es un género tardío, hijo de la desconfianza del pensamiento ante las tendencias naturales del
idioma. La poesía pertenece a todas las épocas: es la forma natural de expresión de los hombres. No hay
pueblos sin poesía; los hay sin prosa. Por tanto, puede decirse que la prosa no es una forma de expresión
inherente a la sociedad, mientras que es inconcebible la existencia de una sociedad sin canciones, mitos u
otras expresiones poéticas. La poesía ignora el progreso o la evolución, y sus orígenes y su fin se confunden
con los del lenguaje* La prosa, qué es primordialmente un instrumento de crítica y análisis, exige una lenta
maduración y sólo se produce tras una larga serie de esfuerzos tendientes a domar al habla. Su avance se
mide por el grado de dominio del pensamiento sobre las palabras. La prosa crece en batalla permanente
contra las inclinaciones naturales del idioma y sus géneros más perfectos son el discurso y la demostración,
en los que el ritmo y su incesante ir y venir ceden el sitio a la marcha del pensamiento.
Mientras el poema se presenta como un orden cerrado, la prosa tiende a manifestarse como una construcción
abierta y lineal. Valéry ha comparado la prosa con la marcha y la poesía con la danza. Relato o discurso,
historia o demostración, la prosa es un desfile, una verdadera teoría de ideas o hechos. La figura geométrica
que simboliza la prosa es la línea: recta, sinuosa, espiral, zigzagueante, mas siempre hacia adelante y con una
meta precisa. De ahí que los arquetipos de la prosa sean el discurso y el relato, la especulación y la historia.
El poema, por el contrario, se ofrece como un círculo o una esfera: algo que se cierra sobre sí mismo,
universo autosuficiente y en el cual el fin es también un principio que vuelve, se repite y se recrea. Y esta
constante repetición y recreación no es sino ritmo, marea que va y viene, cae y se levanta. El carácter
artificial de la prosa se comprueba cada vez que el prosista se abandona al fluir del idioma. Apenas vuelve
sobre sus pasos, a la manera del poeta o del músico, y se deja seducir por las fuerzas de atracción y repulsión

