Page 26 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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En ellos la prosa se niega a sí misma; las frases no se suceden obedeciendo al orden conceptual o al del
relato, sino presididas por las leyes de la imagen y el ritmo. Hay un flujo y reflujo de imágenes, acentos y
pausas, señal inequívoca de la poesía. Lo mismo debe decirse del verso libre contemporáneo: los elementos
cuantitativos del metro han cedido el sitio a la unidad rítmica. En ocasiones —por ejemplo, en la poesía
francesa contemporánea— el énfasis se ha trasladado de los elementos sonoros a los visuales. Pero el ritmo
permanece: subsisten las pausas, las aliteraciones, las paronomasias, el choque de sonidos, la marea verbal.
El verso libre es una unidad rítmica. D. H. Lawrence dice que la unidad del verso libre la da la imagen y no la
medida externa. Y cita los versículos de Walt Whitman, que son como la sístole y la diástole de un pecho
poderoso. Y así es: el verso libre es una unidad y casi siempre se pronuncia de una sola vez. Por eso la
imagen moderna se rompe en los metros antiguos: no cabe en la medida tradicional de las catorce u once
sílabas, lo que no ocurría cuando los metros eran la expresión natural del habla. Casi siempre los versos de
Garcilaso, Herrera, fray Luis o cualquier poeta de los siglos XVI y XVII constituyen unidades por sí mismos:
cada verso es también una imagen o una frase completa. Había una relación, que ha desaparecido, entre esas
formas poéticas y el lenguaje de su tiempo. Lo mismo ocurre con el verso libre contemporáneo: cada verso es
una imagen y no es necesario cortarse el resuello para decirlos. Por eso, muchas veces, es innecesaria la
puntuación. Sobran las comas y los puntos: el poema es un flujo y reflujo rítmico de palabras. Sin embargo,
el creciente predominio de lo intelectual y visual sobre la respiración revela que nuestro verso libre amenaza
en convertirse, como el alejandrino y el endecasílabo, en medida mecánica. Esto es particularmente cierto
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para la poesía francesa contemporánea .
Los metros son históricos, mientras que el ritmo se confunde con el lenguaje mismo. No es difícil distinguir
en cada metro los elementos intelectuales y abstractos y los más puramente rítmicos. En las lenguas
modernas los metros están compuestos por un determinado número de sílabas, duración cortada por acentos
tónicos y pausas. Los acentos y las pausas constituyen la porción más antigua y puramente rítmica del metro;
están cerca aún del golpe del tambor, de la ceremonia ritual y del talón danzante que hiere la tierra. El acento
es danza y rito. Gracias al acento, el metro se pone en pie y es unidad danzante. La medida silábica implica
un principio de abstracción, una retórica y una reflexión sobre el lenguaje. Duración puramente lineal, tiende
a convertirse en mecánica pura. Los acentos, las pausas, las aliteraciones, los choques o reuniones
inesperadas de un sonido con otro, constituyen la porción concreta y permanente del metro. Los lenguajes
oscilan entre la prosa y el poema, el ritmo y el discurso. En unos es visible el predominio rítmico; en otros se
observa un crecimiento excesivo de los elementos analíticos y discursivos a expensas de los rítmicos e
imaginativos. La lucha entre las tendencias naturales del idioma y las exigencias del pensamiento abstracto se
expresa en los idiomas modernos de Occidente a través de la dualidad de los metros: en un extremo,
versificación silábica, medida fija; en el polo opuesto, el juego libre de los acentos y las pausas. Lenguas
latinas y lenguas germanas. Las nuestras tienden a hacer del ritmo medida fija. No es extraña esta inclinación,
pues son hijas de Roma. La importancia de la versificación silábica revela el imperialismo del discurso y la
gramática. Y este predominio de la medida explica también que las creaciones poéticas modernas en nuestras
lenguas sean, asimismo, rebeliones contra el sistema de versificación silábica. En sus formas atenuadas la
rebelión conserva el metro, pero subraya el valor visual de la imagen o introduce elementos que rompen o
alteran la medida: la expresión coloquial, el humor, la frase encabalgada sobre dos versos, los cambios de
acentos y de pausas, etc. En otros casos la revuelta se presenta como un regreso a las formas populares y
espontáneas de la poesía. Y en sus tentativas más extremas prescinde del metro y escoge como medio de
expresión la prosa o el verso libre. Agotados los poderes de convocación y evocación de la rima y el metro
tradicionales, el poeta remonta la corriente, en busca del lenguaje original, anterior a la gramática. Y
encuentra el núcleo primitivo: el ritmo.
El entusiasmo con que los poetas franceses acogieron el romanticismo alemán debe verse como una instintiva
rebelión contra la versificación silábica y lo que ella significa. En el alemán, como en el inglés, el idioma no
es víctima del análisis racional. El predominio de los valores rítmicos facilitó la aventura del pensamiento
romántico. Frente al racionalismo del siglo de las luces el romanticismo esgrime una filosofía de la
naturaleza y el hombre fundada en el principio de analogía: «todo —dice Baudelaire en Un Art romantique—
> en lo espiritual como en lo natural, es significativo, recíproco, correspondiente..., todo es jeroglífico... y el
poeta no es sino el traductor, el que descifra...». Versificación rítmica y pensamiento analógico son las dos
caras de una misma medalla. Gracias al ritmo percibimos esta universal correspondencia; mejor dicho, esa
correspondencia no es sino manifestación del ritmo. Volver al ritmo entraña un cambio de actitud ante la
realidad; y a la inversa: adoptar el principio de analogía, significa regresar al ritmo. Al afirmar los poderes de
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Sobre ritmos verbales y fisiológicos, véase el Apéndice z, pág. 284.

