Page 29 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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mundo, se lanza a todas las aventuras. A diferencia de Eliot, es un reaccionario, no un conservador. En
verdad, Pound nunca ha dejado de ser norteamericano y es el legítimo descendiente de Whitman, es decir, es
un hijo de la Utopía. Por eso valor y futuro se le vuelven sinónimos: es valioso lo que contiene una garantía
de futuro. Vale todo aquella que acaba de nacer y aún brilla con la luz húmeda de lo que está más allá del
presente. El CheKing y los poemas de Arnault, justamente por ser tan antiguos, también son nuevos: acaban
de ser desenterrados, son lo desconocido. Para Pound la historia es marcha, no círculo. Si se embarca con
Odiseo, no es para regresar a Itaca, sino por sed de espacio histórico: para ir hacia allá, siempre más allá,
hacia el futuro. La erudición de Pound es un banquete tras de una expedición de conquista; la de Eliot, la
búsqueda de una pauta que dé sentido a la historia, fijeza al movimiento. Pound acumula las citas con un aire
heroico de saqueador de tumbas; Eliot las ordena como alguien que recoge reliquias de un naufragio. La obra
del primero es un viaje que acaso no nos lleva a ninguna parte; la de Eliot, una búsqueda de la casa ancestral.
Pound está enamorado de las grandes civilizaciones clásicas o, más bien, de ciertos momentos que, no sin
arbitrariedad, considera arquetípicos. Los Cantos son una actualización en términos modernos —una
presentación— de épocas, nombres y obras ejemplares. Nuestro mundo flota sin dirección; vivimos bajo el
imperio de la violencia, mentira, agio y chabacanería porque hemos sido amputados del pasado. Pound nos
propone una tradición: Confucio, Malatesta, Adams, Odiseo... La verdad es que nos ofrece tantas y tan
diversas porque él mismo no tiene ninguna. Por eso va de la poesía provenzal a la china, de Sófocles a
Frobenius. Toda su obra es una dramática búsqueda de esa tradición que él y su país han perdido. Pero esa
tradición no estaba en el pasado; la verdadera tradición de los Estados Unidos, según se manifiesta en
Whitman, era el futuro: la libre sociedad de los camaradas, la nueva Jerusalén democrática. Los Estados
Unidos no han perdido ningún pasado; han perdido su futuro. El gran proyecto histórico de los fundadores de
esa nación fue malogrado por los monopolios financieros, el imperialismo, el culto a la acción por la acción,
el odio a las ideas. Pound se vuelve hacia la historia e interroga a los libros y a las piedras de las grandes
civilizaciones. Si se extravía en esos inmensos cementerios es porque le hace falta un guía: una tradición
central. La herencia puritana, como lo vio muy bien Eliot, no podía ser un puente: ella misma es ruptura,
disidencia de Occidente.
Ante la desmesura de su patria, Pound busca una medida —sin darse cuenta que él también es desmesurado.
El héroe dé los Cantos no es el ingenioso Ulises, siempre dueño de sí, ni el maestro Kung, que conoce el
secreto de la moderación, sino un ser exaltado, tempestuoso y sarcástico, a un tiempo esteta, profeta y clown:
Pound, el poeta enmascarado, encarnación del antiguo héroe de la tradición romántica. Es lo contrario de una
casualidad que la obra anterior a los Cantos se ampare bajo el título de Personae: la máscara latina. En ese
libro, que contiene algunos de los poemas más hermosos del siglo, Pound es Bertrán de Born, Propercio, Li
Po —sin dejar nunca de ser Ezra Pound. El mismo personaje, cubierto el rostro por una sucesión no menos
prodigiosa de antifaces, atraviesa las páginas confusas y brillantes, lirismo transparente y galimatías, de los
Cantos. Esta obra, como visión del mundo y de la historia, carece de centro de gravedad; pero su personaje es
una figura grave y central. Es real aunque se mueva en un escenario irreal. El tema de los Cantos no es la
ciudad ni la salud colectiva sino la antigua historia de la pasión, condenación y transfiguración del poeta
solitario. Es el último gran poema romántico de la lengua inglesa y, tal vez, de Occidente. La poesía de
Pound no está en la línea de Hornero, Virgilio, Dante y Goethe; tal vez tampoco en la de Propercio, Quevedo
y Baudelaire. Es poesía extraña, discordante y entrañable a un tiempo, como la de los grandes nombres de la
tradición inglesa y yanqui. Para nosotros, latinos, leer a Pound es tan sorprendente y estimulante como habrá
sido para él leer a Lope de Vega o a Ronsard.
Los sajones son los disidentes de Occidente y sus creaciones más significativas son excéntricas con respecto
a la tradición central de nuestra civilización, que es latino—germánica. A diferencia de Pound y de Eliot —
disidentes de la disidencia, heterodoxos en busca de una imposible ortodoxia mediterránea— Yeats nunca se
rebeló contra su tradición. La influencia de pensamientos y poéticas extrañas e inusitadas no contradice sino
subraya, su esencial romanticismo. Mitología irlandesa, ocultismo hindú y simbolismo francés son
influencias de tonalidades e intenciones semejantes. Todas estas corrientes afirman la identidad última entre
el hombre y la naturaleza; todas ellas se reclaman herederas de una tradición y un saber perdidos, anteriores a
Cristo y a Roma; en todas ellas, en fin, se refleja un mismo ciclo poblado de signos que sólo el poeta puede
leer. La analogía es el lenguaje del poeta. Analogía es ritmo. Yeats continúa la línea de Blake. Eliot marca el
otro tiempo del compás. En el primero triunfan los valores rítmicos; en el segundo, los conceptuales. Uno
inventa o resucita mitos, el poeta en el sentido original de la palabra. El otro se sirve de los antiguos mitos
para revelar la condición del hombre moderno.

