Page 25 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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del idioma, viola las leyes del pensamiento racional y penetra en el ámbito de ecos y correspondencias del
poema. Esto es lo que ha ocurrido con buena parte de la novela contemporánea. Lo mismo se puede afirmar
de ciertas novelas orientales, como Los cuentos de Genji, de la señora Murasaki, o la célebre novela china El
sueño del aposento rojo. La primera recuerda a Proust, es decir, al autor que ha llevado más lejos la
ambigüedad de la novela, oscilante siempre entre la prosa y el ritmo, el concepto y la imagen; la segunda es
una vasta alegoría a la que difícilmente se puede llamar novela sin que la palabra pierda su significado
habitual. En realidad, las únicas obras orientales que se aproximan a lo que nosotros llamamos novela son
libros que vacilan entre el apólogo, la pornografía y el costumbrismo, como el Chin P'ing Mei.
Sostener que el ritmo es el núcleo del poema no quiere decir que éste sea un conjunto de metros. La
existencia de una prosa cargada de poesía, y la de muchas obras correctamente versificadas y absolutamente
prosaicas, revelan la falsedad de esta identificación. Metro y ritmo no son la misma cosa. Los antiguos
retóricos decían que el ritmo es el padre del metro, Cuando un metro se vacía de contenido y se convierte en
forma inerte, mera cáscara sonora, el ritmo continúa engendrando nuevos metros. El ritmo es inseparable de
la frase; no está hecho de palabras sueltas, ni es sólo medida o cantidad silábica, acentos y pausas: es imagen
y sentido. Ritmo, imagen y sentido se dan simultáneamente en una unidad indivisible y compacta: la frase
poética, el verso. El metro, en cambio, es medida abstracta e independiente de la imagen. La única exigencia
del metro es que cada verso tenga las sílabas y acentos requeridos. Todo se puede decir en endecasílabos: una
fórmula matemática, una receta de cocina, el sitio de Troya y una sucesión de palabras inconexas. Incluso se
puede prescindir de la palabra: basta con una hilera de sílabas o letras. En sí mismo, el metro es medida
desnuda de sentido. En cambio, el ritmo no se da solo nunca; no es medida, sino contenido cualitativo y
concreto. Todo ritmo verbal contiene ya en sí la imagen y constituye, real o potencialmente, una frase poética
completa.
El metro nace del ritmo y vuelve a él. Al principio las fronteras entre uno y otro son borrosas. Más tarde el
metro cristaliza en formas fijas. Instante de esplendor, pero también de parálisis. Aislado del flujo y reflujo
del lenguaje, el verso se transforma en medida sonora. Al momento de acuerdo, sucede otro de inmovilidad;
después, sobreviene la discordia y en el seno del poema se entabla una lucha: la medida oprime la imagen o
ésta rompe la cárcel y regresa al habla para recrearse en nuevos ritmos. El metro es medida que tiende a
separarse del lenguaje; el ritmo jamás se separa del habla porque es el habla misma. El metro es
procedimiento, manera; el ritmo, temporalidad concreta. Un endecasílabo de Garcilaso no es idéntico a uno
de Quevedo o Góngora. La medida es la misma pero el ritmo es distinto. La razón de esta singularidad se
encuentra, en castellano, en la existencia de períodos rítmicos en el interior de cada metro, entre la primera
sílaba acentuada y antes de la última. El período rítmico forma el núcleo del verso y no obedece a la
regularidad silábica sino al golpe de los acentos y a la combinación de éstos con las cesuras y las sílabas
débiles. Cada período, a su vez, está compuesto por lo menos de dos cláusulas rítmicas, formadas también
por acentos tónicos y cesuras. «La representación formal del verso, dice Tomás Navarro en su tratado de
Métrica española, «resulta de sus componentes métricos y gramaticales; la función del período es
esencialmente rítmica; de su composición y dimensiones depende que el movimiento del verso sea lento o
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rápido, grave o leve, sereno o turbado». El ritmo infunde vida al metro y le otorga individualidad .
La distinción entre metro y ritmo prohíbe llamar poemas a un gran número de obras, correctamente
versificadas que, por pura inercia, aparecen como tales en los manuales de literatura» Libros como Los
cantos de Maldoror, Alicia en el país de las maravillas o El jardín de senderos que se bifurcan son poemas.
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En Linguistits and Poetics, Jakobson dice que «farfrom being an abstract, theore—tical scheme, meter —or in more
explicit terms, verse design— underlies the structure of mí w;y single Une— ort in logical terminology, any single
verse instance... The verse design determines the invariant features of the verse mstances and sets up the limit of
varia—tions». En seguida cita el ejemplo de los campesinos servios que improvisan poemas con metros fijos y los
recitan sin equivocarse nunca de medida. Es posible que, en efecto, los metros sean medidas inconscientes, al menos
en ciertos casos (el octosílabo español sería uno de ellos). No obstante, la observación de Jakobson no anula la
diferencia entre metro y verso concreto. La realidad del primero es ideal, es una pauta y, por tanto, es una medida,
una abstracción. El verso concreto es único: «Resuelta en polvo ya, mas siempre hermosa» (Lope de Vega) es un
endecasílabo acentuado en la sexta sílaba, como «Y en uno de mis ojos te llagaste (San Juan cíe la Cruz) y como *De
ponderosa vana pesadumbre» (Góngora). Imposible confundirlos: cada uno tiene un ritmo distinto. En suma, habría
que considerar tres realidades: el ritmo del idioma en este o aquel lugar y en determinado momento histórico; los
metros derivados del ritmo del idioma o adaptados de otros sistemas de versificación; y el ritmo de cada poeta. Este
último es el elemento distintivo y lo que separa a la literatura versificada de la poesía propiamente dicha. (Nota de
1964.)

