Page 28 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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simplemente la descripción del helado mundo moderno, sino la nostalgia de un orden universal cuyo modelo
es el orden cristiano de Roma. De ahí que su arquetipo poético sea una obra que es la culminación y la
expresión más plena de este mundo: la Divina Comedia. Al orden cristiano —que recoge, transmuta y da un
sentido de salvación personal a los viejos ritos de fertilidad de los paganos— Eliot opone la realidad de la
sociedad moderna, tanto en sus brillantes orígenes renacentistas como en su sórdido y fantasmal desenlace
contemporáneo. Así, las citas del poema —sus fuentes espirituales— pueden dividirse en dos porciones. Al
mundo de salud personal y cósmica aluden las referencias a Dante, Buda, San Agustín, los Upanishad y los
mitos de vegetación. La segunda porción se subdivide, a su vez, en dos: la primera corresponde al nacimiento
de nuestra edad; la segunda, a su presente situación. Por una parte, fragmentos de Shakespeare, Spenser,
Webster, Marvell, en los que se refleja el luminoso nacimiento del mundo moderno; por la otra, Baudelaire,
Nerval, el folklore urbano, la lengua coloquial de los arrabales. La vitalidad de los primeros se revela en los
últimos como vida desalmada. La visión de Isabel de Inglaterra y de Lord Robert en una barca engalanada
con velas de seda y gallardetes airosos, como una ilustración de un cuadro de Hziano o del Veronés, se
resuelve en la imagen de la empleada, poseída por un petimetre un fin de semana.
A esta dualidad espiritual corresponde otra en el lenguaje. Eliot se reconoce deudor de dos corrientes: los
isabelinos y los simbolistas (especialmente Laforgue). Ambas le sirven para expresar la situación del mundo
contemporáneo. En efecto, el hombre moderno empieza a hablar por boca de Harnlet, Próspero y algunos
héroes de Marlowe y Webster. Pero empieza a hablar como un ser sobrehumano y sólo hasta Baudelaire se
expresa como un hombre caído y un alma dividida. Lo que hace a Baudelaire un poeta moderno no es tanto la
ruptura con el orden cristiano, cuanto la conciencia de esa ruptura. Modernidad es conciencia. Y conciencia
ambigua: negación y nostalgia, prosa y lirismo. El lenguaje de Eliot recoge esta doble herencia: despojos de
palabras, fragmentos de verdades, el esplendor del Renacimiento inglés aliado a la miseria y aridez de la urbe
moderna. Ritmos rotos, mundos de asfalto y ratas atravesado por relámpagos de belleza caída. En ese reino
de hombres huecos, al ritmo sucede la repetición. Las guerras púnicas son también la primera Guerra
Mundial; confundidos, presente y pasado se deslizan hacia un agujero que es una boca que tritura: la historia.
Más tarde, esos mismos hechos y esas mismas gentes reaparecen, desgastadas, sin perfiles, flotando a la
deriva sobre un agua gris. Todos son aquél y aquél es ninguno. Este caos recobra significación apenas se le
enfrenta al universo de salud que representa Dante. La conciencia de la culpa es asimismo nostalgia,
conciencia del exilio. Pero Dante no necesita probar sus afirmaciones y su palabra sostiene sin fatiga, como
el tallo a la fruta, el significado espiritual: no hay ruptura entre palabra y sentido; Eliot, en cambio, debe
acudir a la cita y al collage. El florentino se apoya en creencias vivas y compartidas; el inglés, como indica el
crítico G. Brooks, tiene por tema «la rehabilitación de Un sistema de creencias conocido pero
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desacreditado» . Puede ahora comprenderse en qué sentido el poema de Eliot es asimismo una reforma
poética no sin analogías con las de Milton y Pope. Es una restauración, pero es una restauración de algo
contra lo que Inglaterra, desde el Renacimiento, se ha rebelado: Roma.
Nostalgia de un orden espiritual, las imágenes y ritmos de The Waste Land niegan el principio de analogía.
Su lugar lo ocupa la asociación de ideas, destructora de la unidad de la conciencia, tía utilización sistemática
de este procedimiento es uno de los aciertos más grandes de Eliot. Desaparecido el mundo de valores
cristianos —cuyo centro es, justamente, la universal analogía o correspondencia entre cielo, tierra e
infierno— no le queda nada al hombre, excepto la asociación fortuita y casual de pensamiento e imágenes. El
mundo moderno ha perdido sentido y el testimonio más crudo de esa ausencia de dirección es el automatismo
de la asociación de ideas, que no está regido por ningún ritmo cósmico o espiritual, sino por el azar. Todo ese
caos de fragmentos y ruinas se presenta como la antítesis de un universo teológico, ordenado conforme a los
valores de la Iglesia romana. El hombre moderno es el personaje de Eliot. Todo es ajeno a él y él en nada se
reconoce. Es la excepción que desmiente todas las analogías y correspondencias. El hombre no es árbol, ni
planta, ni ave. Está solo en medio de la creación. Y cuando toca un cuerpo humano no roza un cielo, como
quería Novalis, sino que penetra en una galería de ecos. Nada menos romántico que este poema. Nada menos
inglés. La contrapartida de The Waste Land es la Comedia, y su antecedente inmediato, Las flores del mal.
¿Será necesario añadir que el título original del libro de Baudelaire era Limbos, y que The Waste Land
representa, dentro del universo de Eliot, según declaración del mismo autor, no el Infierno sino el Purgatorio?
Pound, il miglior fabbror es el maestro de Eliot y a él se debe el «simultaneísmo» de The Waste Land,
procedimiento del que se usa y abusa en los Cantos. Ante la crisis moderna, ambos poetas vuelven los ojos
hacia el pasado y actualizan la historia: todas las épocas son esta época. Pero Eliot desea efectivamente
regresar y reinstalar a Cristo; Pound se sirve del pasado como otra forma del futuro. Perdido el centro de su
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Véase el libro T. S. Eliot, A Stndy of his Wrüings by Several Hands, Londres, 1948.

