Page 68 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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Poesía e historia
El hombre imanta el mundo. Por él y para él, todos los seres y objetos que lo rodean se impregnan de sentido:
tienen un nombre. Todo apunta hacia el hombre. Pero el hombre ¿hacia dónde apunta? Él no lo sabe a ciencia
cierta. Quiere ser otro, su ser lo lleva siempre a ir más allá de sí. Y el hombre pierde pie a cada instante, a
cada paso se despeña y tropieza con ese otro que se imagina ser y que se le escapa entre las manos.
Empédocles afirmaba que había sido hombre y mujer, roca y, «en el Salado, pez mudo». No es el único.
Todos los días oímos frases de este tenor: cuando Fulano se exalta es «irreconocible», se «vuelve otra
persona». Nuestro nombre ampara también a un extraño, del que nada sabemos excepto que es nosotros
mismos. El hombre es temporalidad y cambio y la «otredad» constituye su manera propia de ser. El hombre
se realiza o cumple cuando se hace otro. Al hacerse otro se recobra, reconquista su ser original, anterior a la
caída o despeño en el mundo, anterior a la escisión en yo y «otro».
Lo distintivo del hombre no consiste tanto en ser un ente de palabras cuanto en esta posibilidad que tiene de
ser «otro». Y porque puede ser otro es ente de palabras. Ellas son uno de los medios que posee para hacerse
otro. Sólo que esta posibilidad poética sólo se realiza si damos el salto mortal, es decir, si efectivamente
salimos de nosotros mismos y nos entregamos y perdemos en lo «otro». Ahí, en pleno salto, el hombre,
suspendido en el abismo, entre el esto y el aquello, por un instante fulgurante es esto y aquello, lo que fue y
lo que será, vida y muerte, en un serse que es un pleno ser, una plenitud presente. El hombre ya es todo lo
que quería ser: roca, mujer, ave, los otros hombres y los otros seres. Es imagen, nupcias de los contrarios,
poema diciéndose a sí mismo. Es, en fin, la imagen del hombre encarnado en el hombre.
La voz poética, la «otra voz», es mi voz. El ser del hombre contiene ya a ese otro que quiere ser. «La amada
—dice Machado— es una con el amante, no al término del proceso erótico, sino en su principio,» La amada
está ya en nuestro ser, como sed y «otredad». Ser es erotismo. La inspiración es esa voz extraña que saca al
hombre de sí mismo para ser todo lo que es, todo lo que desea: otro cuerpo, otro ser. La voz del deseo es la
voz misma del ser, porque el ser no es sino deseo de ser. Más allá, fuera de mí, en la espesura verde y oro,
entre las ramas trémulas, canta lo desconocido. Me llama. Mas lo desconocido es entrañable y por eso sí
sabemos, con un saber de recuerdo, de dónde viene y adonde va la voz poética. Yo ya estuve aquí. La roca
natal guarda todavía las huellas de mis pisadas. El mar me conoce. Ese astro un día ardió en mi diestra.
Conozco tus ojos, el peso de tus trenzas, la temperatura de tu mejilla, los caminos que conducen a tu silencio.
Tus pensamientos son transparentes. En ellos veo mi imagen confundida con la tuya mil veces mil hasta
llegar a la incandescencia. Por ti soy una imagen, por ti soy otro, por ti soy. Todos los hombres son este
hombre que es otro y yo mismo. Yo es ni. Y también él y nosotros y vosotros y esto y aquello. Los
pronombres de nuestros lenguajes son modulaciones, inflexiones de otro pronombre secreto, indecible, que
los sustenta a todos, origen del lenguaje, fin y límite del poema. Los idiomas son metáforas de ese pronombre
original que soy yo y los otros, mi voz y la otra voz, todos los hombres y cada uno. La inspiración es lanzarse
a ser, sí, pero también y sobre todo es recordar y volver a ser. Volver al Ser.
La consagración del instante
En páginas anteriores se intentó distinguir el acto poético de otras experiencias colindantes. Ahora se hace
necesario mostrar cómo ese acto irreductible se inserta en el mundo. Aunque la poesía no es religión, ni
magia, ni pensamiento, para realizarse como poema se apoya siempre en algo ajeno a ella. Ajeno, mas sin lo
cual no podría encarnar. El poema es poesía y, además, otra cosa. Y este además no es algo postizo o
añadido, sino un constituyente de su ser. Un poema puro sería aquel en el que las palabras abandonasen sus
significados particulares y sus referencias a esto o aquello, para significar sólo el acto de poetizar —
exigencia que acarrearía su desaparición, pues las palabras no son sino significados de esto y aquello, es
decir, de objetos relativos e históricos. Un poema puro no podría estar hecho de palabras y seria, literalmente,
indecible. Al mismo tiempo, un poema que no luchase contra la naturaleza de las palabras, obligándolas a ir
más allá de sí mismas y de sus significados relativos, un poema que no intentase hacerlas decir lo indecible,
se quedaría en simple manipulación verbal. Lo que caracteriza al poema es su necesaria dependencia de la
palabra tanto como su lucha por trascenderla. Esta circunstancia permite una investigación sobre su

