Page 73 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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lo que hará el héroe épico, pero el personaje dramático se ofrece como varias posibilidades de acción, entre
        las que tiene que escoger. Estas diferencias revelan que hay una suerte de filialidad entre épica y teatro. El
        héroe épico parece que está destinado a reflexionar sobre sí mismo en el teatro, y de ahNjue Aristóteles
        afirme que los poetas dramáticos toman sus mitos —esto es, sus argumentos o asuntos— de la materia épica.
        La epopeya crea a los héroes como seres de una sola pieza; la poesía dramática recoge esos caracteres y los
        vuelve, por decirlo así, sobre sí mismos: los hace transparentes, para que nos contemplemos en sus abismos y
        contradicciones. Por eso el carácter heroico sólo puede estudiarse plenamente si el héroe épico es también
        héroe dramático, es decir, en aquella tradición poética que hace de la primitiva materia épica objeto de
        examen y diálogo.
        No es muy seguro que todas las grandes civilizaciones posean una épica, en el sentido de las grandes
        epopeyas indoeuropeas. El libro de los cantos, en China, y el Manyoshu, en el Japón, son recopilaciones
        predominantemente líricas. En otros casos, una gran poesía dramática desdeña su tradición épica: Corneille y
        Racine buscaron héroes fuera de la materia épica francesa. Esta circunstancia no hace menos franceses a sus
        personajes, pero sí revela una ruptura en la historia espiritual de Francia. El «gran siglo» da la espalda a la
        tradición medieval y la elección de temas hispanos y griegos revela que esa sociedad había decidido cambiar
        sus modelos y arquetipos heroicos por otros. Ahora bien, si concebimos el teatro como el diálogo de la
        sociedad consigo misma, como un examen de sus fundamentos, no deja de ser sintomático que en el teatro
        francés el Cid y Aquiles suplanten a Rolando, y Agamenón a Carlomagno.
        Si el mito épico constituye la sustancia de la creación dramática, debe haber una necesaria relación de
        filialidad entre épica y teatro, según acontece entre griegos, españoles e ingleses. En la epopeya el héroe
        aparece como unidad de destino; en el teatro, como conciencia y examen de ese mismo destino. Pero la
        problematicidad del héroe trágico sólo puede desplegarse ahí donde el diálogo se cumple efectiva y
        libremente, es decir, en el seno de una sociedad en donde la teología no constituye el monopolio de una
        burocracia eclesiástica y, por otra parte, ahí donde la actividad política consiste sobre todo en el libre
        intercambio de opiniones. Todo nos lleva a estudiar el carácter heroico en Grecia, porque sólo entre los
        griegos la épica es la materia prima de la teología y sólo entre ellos la democracia permitió que los personajes
        trágicos reviviesen como conflictos teatrales los supuestos teológicos que animaban a los héroes de la
        epopeya. Así pues, sin negar otras epopeyas ni un teatro como el No japonés, es evidente que Grecia debe ser
        el centro de nuestra reflexión sobre la figura del héroe. Sólo entre los griegos —y en esto radica el carácter
        excepcional de su cultura— se dan todas las condiciones que permiten el pleno despliegue del carácter
        heroico: los héroes épicos son también héroes trágicos; la reflexión que sobre sí mismo hace el héroe trágico
        no está limitada por una coacción eclesiástica o filosófica; y, en fin, esa reflexión se refiere a los fundamentos
        mismos del hombre y del mundo, porque en Grecia la épica es, simultáneamente, teogonía y cosmogonía y
        constituye el sustento común del pensamiento filosófico y de la religión popular. La reflexión del héroe
        trágico, y su conflicto mismo, son de orden religioso, político y filosófico. El tema único del teatro griego es
        el sacrilegio, o sea: la libertad, sus límites y sus penas. La concepción griega de la lucha entre la justicia
        cósmica y la voluntad humana, su armonía final y los conflictos que desgarran el alma de los héroes,
        constituye una revelación del ser y, así, del hombre mismo. Un hombre que no está fuera del cosmos, como
        un extraño huésped de la tierra, según ocurre en la idea del hombre que nos presenta la filosofía moderna;
        tampoco un hombre inmerso en el cosmos, como uno de sus ciegos componentes, mero reflejo de la dinámica
        de la naturaleza o de la voluntad de los dioses. Para el griego, el hombre forma parte del cosmos, pero su
        relación con el todo se funda en su libertad. En esta ambivalencia reside el carácter trágico del ser humano.
        Ningún otro pueblo ha acometido, con semejante osadía y grandeza, la revelación de la condición humana.

             El mundo heroico



        Lo que distingue a los héroes griegos de todos los otros es no ser simples herramientas en las manos de un
        dios, como sucede con Arjuna. El tema de Hornero no es tanto la guerra de Troya o el regreso de Odiseo
        como el destino de los héroes. Ese destino está enlazado con el de los dioses y con la salud misma del
        cosmos, de modo que es un tema religioso. Y aquí surge otro de los rasgos distintivos de la poesía épica
        griega: el ser una religión. Hornero es la Biblia helena. Pero es una religión apenas dogmática. Burckhardt
        señala que la originalidad de la religión griega reside en ser libre creación de poetas y no especulación de una
        clerecía. Y el ser creación poética libre, y no dogma de una Iglesia, permitió después la crítica y favoreció el
        nacimiento del pensamiento filosófico. Mas antes de analizar en qué consiste la visión del mundo que nos
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