Page 90 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
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muerte de los Himnos los impresionantes Fragmentos —cada uno como un trozo de piedra estelar, en la que
        estuviesen grabados los signos de la universal analogía y las correspondencias que enlazan al hombre con el
        cosmos—, la búsqueda de una Edad Media perdida, la resurrección del mito del poeta como una figura triple
        en la que se alían el caballero andante, el enamorado y el vidente, forman un astro de muchas facetas. Una de
        ellas es un proyecto de reforma histórica: la creación de una nueva Europa, hecha de la alianza de catolicismo
        y espíritu germánico. En el famoso ensayo Europa y la Cristiandad —escrito en 1799, el año de la caída del
        Directorio—Novalis propone un retorno al catolicismo medieval. Pero no se trata de un regreso a Roma, sino
        de algo nuevo, aunque inspirado en la universalidad romana. La universalidad de Novalis no es una forma
        vacía; el espíritu germánico será su substancia, pues la Edad Media está viva e intacta en las profundidades
        del alma popular germana. ¿Y qué es la Edad Media sino la profecía, el sueño del espíritu romántico? El
        espíritu romántico: la poesía. Historia y poesía se funden. Un gran Concilio de la Paz reconciliará la libertad
        con el Papado, la razón filosófica con la imaginación. Nuevamente, y por vías inesperadas, la poesía entra en
        la historia.
        El sueño de Novalis es un inquietante anuncio de otras y más feroces ideologías. Mas la misma inquietud, si
        se ha de ser justo, deben provocarnos ciertos discursos de Saint—Just, otro joven puro, que son también una
        profecía de las futuras hazañas del espíritu geométrico. La actitud de Novalis, por otra parte, refleja una doble
        crisis, personal e histórica, imposible de analizar aquí. Baste decir que la Revolución francesa puso entre la
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        espada y la pared a los mejores espíritus alemanes, como lo hizo con los españoles . El grupo de Jena, tras
        un momento de seducción y no sin desgarramiento, reniega de muchas de sus concepciones del primer
        momento. Algunos se echan en brazos de la Santa Alianza, se acogen a la Iglesia católica o a los príncipes y
        el resto penetra en la gran noche romántica de la muerte. Estas oscilaciones son la contrapartida de las crisis y
        convulsiones revolucionarias, desde el Terror hasta el Thermidor y su final culminación en la aventura de
        Bonaparte. Es imposible entender la reacción romántica si se olvidan las circunstancias históricas. Defender a
        Alemania de las invasiones napoleónicas era combatir contra la opresión extranjera, pero también fortificar el
        absolutismo interior. Dilema insoluble para la mayoría de los románticos. Como ha dicho Marx: «La lucha
        contra Napoleón fue una regeneración acompañada de una reacción». Nosotros, contemporáneos de la
        Revolución de 1917 y de los Procesos de Moscú, podemos comprender mejor que nadie las alternativas del
        drama romántico.
        La concepción de Novalis se presenta como una tentativa por insertar la poesía en el centro de la historia. La
        sociedad se convertirá en comunidad poética y, más precisamente, en poema viviente. La forma de relación
        entre los hombres dejará de ser la de señor y siervo, patrono y criado, para convertirse en comunión poética.
        Novalis prevé comunidades dedicadas a producir colectivamente poesía. Esta comunión es, ante todo, un
        penetrar en la muerte, la gran madre, porque sólo la muerte —que es la noche, la enfermedad y el
        cristianismo, pero también el abrazo erótico, el festín en donde la «roca se hace carne»— nos dará acceso a la
        salud, a la vida y al sol. La comunión de Novalis es una reconciliación de las dos mitades de la esfera. En la
        noche de la muerte, que es asimismo la del amor, Cristo y Dionisos son uno. Hay un punto magnético donde
        las grandes corrientes poéticas se cruzan: en un poema como El pan y el vino y la visión de Hólderlin, poeta
        solar, roza por un momento la del Himno V de Novalis, poeta de la noche. En los Himnos arde un sol secreto,
        sol de poesía, uva negra de resurrección, astro cubierto de una armadura negra. Y no es casual la irrupción de
        esa imagen del sol como un caballero que lleva armas y penacho enlutados, porque la comunión de Novalis
        es una cena mística y heroica en que los comensales son caballeros que también son poetas. Y el pan que se
        reparte en ese banquete es el pan solar de la poesía. «Beberemos ese vino de luz, seremos astros», dice el
        Himno. Comunión en la poesía, la cena del romanticismo alemán es una rima o respuesta a la Jerusalem de
        Blake. En ambas visiones descendemos al origen de los tiempos, en busca del hombre original, el Adán que
        es Cristo. En ambas, la mujer —que es el «alimento corporal más elevado»— es mediación, puerta de acceso
        a la otra orilla, allá donde las dos mitades pactan y el hombre es uno con sus imágenes.
        Desde su nacimiento la poesía moderna se presenta como una empresa autónoma y a contracorriente. Incapaz
        de pactar con el espíritu crítico, tampoco logra encontrar asidero en las Iglesias. Es revelador que para
        Novalis el triunfo del cristianismo no entrañe la negación, sino la absorción, de las religiones precristianas.
        En la noche romántica «todo es delicia, todo es poema eterno y el sol que nos ilumina es la faz augusta de
        Dios». La noche es sol. Y lo más sorprendente es que esta victoria solar de Cristo se cumple no antes sino
        después de la era científica, esto es, en la edad romántica: en el presente. El Cristo histórico que predicó en


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                 Nadie,  entre  nosotros,  ha  retratado  mejor  la  ambigüedad  de  ese  momento  que  Pérez  Galdós,  en  las  dos
        primeras series de los Episodios nacionales. Gabriel Araceli y Salvador Monsalud combaten todavía en cada español
        e hispanoamericano.
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