Page 88 - Octavio Paz - El Arco y la Lira
P. 88

48
        imposible la percepción . Razón e imaginación («trascendental» o «primordial») no son facultades opuestas:
        la segunda es el fundamento de la primera y lo que permite percibir y juzgar al hombre. Coleridge, además,
        en una segunda acepción de la palabra, concibe la imaginación no sólo como un órgano del conocimiento
        sino como la facultad de expresarlo en símbolos y mitos. —En este segundo sentido el saber que nos entrega
        la imaginación, no es realmente un conocimiento: es el saber supremo, it's a form of Being, or indeed it is the
                                                                                             49
        only Knowledge that truly isy and all other Science is real only as it is symbolical of this . Imaginación y
        razón, en su origen una y la misma cosa, terminan por fundirse en una evidencia que es indecible excepto por
        medio de una representación simbólica: el mito. En suma, la imaginación es, primordialmente, un órgano de
        conocimiento, puesto que es la condición necesaria de toda percepción; y, además, es una facultad que
        expresa, mediante mitos y símbolos, el saber más alto.
        Poesía y filosofía culminan en el mito. La experiencia poética y la filosófica se confunden con la religión.
        Pero la religión no es una revelación, sino un estado de ánimo, una suerte de acuerdo último del ser del
        hombre con el ser del universo. Dios es una substancia pura, sobre la que la razón nada puede decir, excepto
        que es indecible: the divine truths of religión should bave been revealed to us in the form ofpoetry; and that at
        all times poetsy not the slaves of any particular sedarían opinión, shonld have joined to snpport all those
                                       50
        delicate sentiments of the heart..  Religión es poesía, y sus verdades, más allá de toda opinión sectaria, son
        verdades poéticas: símbolos o mitos. Coleridge despoja a la religión de su cualidad constitutiva: el ser
        revelación de un poder divino y la reduce a la intuición de una verdad absoluta, que el hombre expresa a
        través de formas míticas y poéticas. Por otra parte, la religión is the poetry of Mankind. Así, funda la verdad
        poético—religiosa en el hombre y la convierte en una forma histórica. Pues la frase «la religión es la poesía
        de la humanidad» quiere decir efectivamente: la forma que tiene la poesía de encarnar en los hombres, y
        hacerse rito e historia, es la religión. En esta idea, común a todos los grandes poetas de la edad moderna, se
        encuentra la raíz de la oposición entre poesía y modernidad. La poesía se proclama como un principio rival
        del espíritu crítico y como el único que puede sustituir los antiguos principios sagrados. La poesía se concibe
        como el principio original sobre el que, como manifestaciones secundarias e históricas, cuando no como
        superposiciones tiránicas y máscaras encubridoras, descansan las verdades de la religión. De ahí que el poeta
        no pueda sino ver con buenos ojos la critica que hace el espíritu racional de la religión. Pero apenas ese
        mismo espíritu crítico se proclama sucesor de la religión, lo condena.
        Sin duda las reflexiones anteriores simplifican con exceso el problema. Ya se sabe que la realidad es más rica
        que nuestros esquemas intelectuales. Sin embargo, reducida a lo esencial, no es otra la posición del
        romanticismo alemán, desde Hólderlin y, a partir de ese momento, de todos los poetas europeos, llámense
        Hugo o Baudelaire, Shelley o Wordsworth. No es inútil repetir, por otra parte, que todos estos poetas
        coinciden en algún momento con la revolución del espíritu crítico. No podía ser de otro modo, pues ya se ha
        visto que la empresa poética coincide lateralmente con la revolucionaria. La misión del poeta consiste en ser
        la voz de ese movimiento que dice «No» a Dios y a sus jerarcas y «Sí» a los hombres. Las Escrituras del
        mundo nuevo serán las palabras del poeta revelando a un hombre libre de dioses y señores, ya sin
        intermediarios frente a la muerte y a la vida. La sociedad revolucionaria es inseparable de la sociedad
        fundada en la palabra poética. No es extraño por eso que la Revolución francesa suscitase una inmensa
        expectación en todos los espíritus y que conquistase la simpatía de los poetas alemanes e ingleses. Cierto, a la
        esperanza sucede la hostilidad; pero más tarde —amortiguado o justificado el doble escándalo del terror
        revolucionario y del cesarismo napoleónico— los herederos de los primeros románticos vuelven a identificar
        poesía y revolución. Para Shelley el poeta moderno ocupará su antiguo lugar, usurpado por el sacerdote, y
        volverá a ser la voz de una sociedad sin monarcas. Heine reclama para su tumba la espada del guerrero.
        Todos ven en la gran rebelión del espíritu crítico el prólogo de un acontecimiento aún más decisivo: el
        advenimiento de una sociedad fundada en la palabra poética. Novalis advierte que «la religión no es sino
        poesía práctica», esto es, poesía encarnada y vivida. Más osado que Coleridge, el poeta alemán afirma: «La
        poesía es la religión original de la humanidad». Restablecer la palabra original, misión del poeta, equivale a
        restablecer la religión original, anterior a los dogmas de las Iglesias y los Estados.
        La actitud de William Blake ilustra de un modo insuperable la dirección de la poesía y el lugar que ocupa al
        iniciarse nuestra época. Blake no escatima sus auques y sarcasmos contra los profetas del siglo de las luces y
        especialmente contra el espíritu volteriano. Sólo que, con el mismo furor, no cesa de burlarse del cristianismo


             48
                Martin Heidegger, Kant y el problema de la metafísica, México, Fondo de Cultura Económica, 1954.
             49
                On Method, Essay XI
             50
                Biographia Literaria.
   83   84   85   86   87   88   89   90   91   92   93