Page 168 - Marciano Vete A Casa - Fredric Brown
P. 168

–Por favor, querida, no quiero saber nada de los marcia‐


          nos en estos momentos. Ya me lo contarás en otra ocasión.


          Adiós, querida.


            Mientras colgaba el teléfono, se encontró mirando un ros‐



          tro desencajado que se reflejaba en el espejo, su propio ros‐


          tro. Sí, necesitaba dormir. Volvió a coger el aparato y llamó


          a la recepcionista, que también atendía la centralita y lle‐


          vaba el registro.


            –¿Doris? No quiero que me molesten bajo ningún pre‐


          texto. Si hay alguna llamada para mí, dígales que he salido.


            –Bien, doctor. ¿Hasta cuándo?


            –Hasta que le avise. Y si no lo hago antes de que usted se


          marche, ¿querrá explicárselo a Estelle cuando venga a ha‐



          cer su guardia? Gracias.


            Volvió a contemplar su rostro en el espejo. Observó que


          sus ojos parecían hundidos y que sus cabellos eran ahora


          el doble de grises que cuatro meses antes.


            «¿De modo que los marcianos no pueden mentir, eh?», se


          preguntó en silencio.


            Y luego dejó que la idea llegase a su conclusión lógica. Si



          los marcianos podían mentir –y así lo aseguraban–, el he‐


          cho de que no dijesen que se quedaban para siempre no era


          ninguna prueba evidente de que no lo hicieran.


            Quizás obtenían un sádico placer al permitirnos mante‐


          ner la esperanza, a fin de disfrutar con nuestros sufrimien‐


          tos antes de aniquilar a la humanidad al negar cualquier


          posible esperanza de rescate. Si todo el mundo se suicidaba








          168
   163   164   165   166   167   168   169   170   171   172   173